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Memoria Histórica

La memoria del exilio político, intelectual y artístico español

España aún tiene la obligación de recuperar la memoria de todos los que algún día marcharon al exilio. España no puede quedarse atrás.

La rápida huida y el fallecimiento de Manuel Azaña en el exilio

El 4 de febrero de 1939 Manuel Azaña y su familia se desviaron de la carretera principal, pocas horas antes de cruzar la frontera francesa, para reunirse en La Bajol — última residencia de Azaña en España — con el Embajador de Francia Jules Henry, con la única intención de negociar que Francia y Gran Bretaña (apoyados por Estados Unidos) intervinieran de forma directa en la Guerra Civil Española, presentando a Franco un plan de paz inminente, para así alcanzar un acuerdo sin represalias. “La única realidad es que hemos perdido la guerra; vencidos, no queda más que sacar las consecuencias: salvar miles de vidas”.

Juan Negrín no aceptó porque, independientemente de su insistencia en continuar la guerra, sabía que Franco no aceptaría ningún tipo de pacto de paz. Además, comunicó personalmente a Azaña que se refugiase en la Embajada de España en París, hasta poder entonces organizar su regreso. Manuel Azaña dejó claro que, tras la guerra, no había vuelta posible a España. 

En mayo de 1940 la salud de Azaña era muy delicada debido a una gravísima infección nórtica con una considerable dilatación del corazón y varios problemas en el sistema cardíaco. Ya mejorado, el 19 de junio Negrín invitó a Azaña y a su cuñado a ocupar dos asientos libres en un barco hacia el exilio mexicano. El estado de salud de Azaña le impidió hacerlo.

El 16 de septiembre sufrió un grave infarto cerebral que le afectó al habla y le provocó una parálisis facial. Sin embargo, un mes después parecía haber recuperado gran parte de su salud. Con todo, a finales de octubre de ese mismo año recayó de nuevo y Manuel Azaña murió el 3 de noviembre de 1940. Fue enterrado en el Cementerio Urbano de Montauban.

La perdida de las intuiciones educativas de la Segunda República

La Institución Libre de Enseñanza (ILE), fue una institución educativa que buscaba la renovación cultural y pedagógica del país, y que nació en Madrid en 1876 de la mano de un grupo de profesores universitarios (Eugenio Montero Ríos, Nicolás Salmerón, Gumersindo de Azcárate, Segismundo Moret) de pensamiento liberal y humanista. La dirección correspondía a Francisco Giner de los Ríos, que siguiendo la filosofía krausista (introducida por Julián Sanz del Río), trató de llevar a cabo una importante renovación educativa y sin precedentes en los siglos XIX y XX en España.

La Institución inspiró el programa educativo durante la II República Española. “Los que suscriben —Giner de los Ríos, Nicolás Salmerón o Fernando de Castro, entre otros declaran su opinión a favor de la libertad de religión y de la igualdad de cultos”. 

La coincidencia temporal de la ILE con la Edad de Plata española no fue casualidad, pues entre las aulas de sus centros llegaron a desfilar hasta cuatro de los ocho Premios Nobel que tiene España: Ramón y Cajal, Severo Ochoa, Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre. 

Se trató de un proyecto educativo que no tenía parangón en España, pues Giner de los Ríos defendía que valía más un día en el campo que un día entero encerrado en las aulas. La experiencia frente a la inmovilidad. “Si veis en la escuela niños quietos, callados, que ni ríen ni alborotan es que están muertos.”

Tras la muerte de Francisco Giner de los Riós la Institución siguió creciendo y otros horizontes pedagógicos se sumaron a la propuesta inicial: El Museo Pedagógico Nacional (1882), la Junta para la Ampliación de Estudios (1907), la Escuela Superior de Magisterio (1909), la Residencia de Estudiantes (1910), el Centro de Estudios Históricos (1910), la Fundación Giner de los Ríos (1915), el Instituto-Escuela (1918) y las Misiones Pedagógicas (1931). 

Un paraíso pedagógico

Como la Institución era un proyecto ambicioso y progresista, la envidia que desataba entre los sectores más conservadores y recalcitrantes de la sociedad llevó definitivamente a su fin el mejor invento español del Siglo XIX. «Hay que pasar por las armas a la Señora Institución» decía una frase hecha por el partido radical Falange.

Finalmente y con la dictadura, la Institución no aguantó y los peores presagios se cumplieron. Un telegrama en forma de postal puso fin, a modo comunicado, a más de 60 años de progreso educativo. 

El exilio los intelectuales de la Segunda República en España

Tras la ofensiva de Cataluña, que proclamó la victoria de las tropas franquistas, no fueron pocos los intelectuales que decidieron marchar hacia el exilio. Entre ellos, además del que fue presidente de la Segunda República Manuel Azaña, se encontraba el escritor Antonio Machado.

El poeta había llegado hasta el puerto de Colliure para hospedarse en el hostal pensión Bougnol Quintana. “Estos días azules y este sol de la infancia” fueron los últimos versos que se encontraron en su raído gabán tras su muerte acaecida el 22 de febrero de 1939. No fue el único intelectual que permaneció en el exilio.

El caso de José Ortega y Gasset, exiliado durante años en distintos países de Latinoamérica, fue tan solo un ejemplo de los tantos cerebros que decidieron marchar de España frente al desencanto político, que en el caso particular de Ortega, provenía desde los distintos bandos políticos del momento y la incapacidad de estos por encontrar pactos de Estado y progresivos resultados sociales. “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral” — escribió en su obra La rebelión de las masas (1930).

El exilio de los artistas la Segunda República en España

Entre la población encadenada al miedo y al terror que conllevaba vivir los primeros pasos del victorioso franquismo, se encontraban los artistas. Diferentes pintores, músicos, poetas o cineastas que se decidieron por un exilio inminente frente al desasosiego político y moral que podía llegar a condenar su obra.

Se dio el caso en el que el director de cine Luis Buñuel (1900-1983), que frente a la posibilidad de regresar a España los últimos años de su vida, decidió permanecer en su vivienda de Ciudad de México; tal cual lo explica en su libro autobiográfico “Mi último suspiro”. O el caso del escritor Max Aub, que decidió también permanecer en México hasta su muerte, o el de el músico y compositor Manuel de Falla, que optó por permanecer en Argentina, a pesar de los esfuerzos del Gobierno franquista que le ofrecía la posibilidad de regresar al país a cambio de una pensión.

España perdió, por lo tanto, un inmenso elenco de profesionales dedicados a las artes, a las ciencias y a la filosofía. Y aunque muchos de ellos regresaron, y otros como Miguel de Unamuno fallecieron mucho antes de presenciar la catástrofe, la mayoría quedaron divididos y esparcidos en diferentes partes del globo.

España aún tiene la obligación de recuperar la memoria de todos los que algún día marcharon al exilio. España no puede quedarse atrás.

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