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El riesgo de las profesiones esenciales en tiempos de cuarentena

Los ciudadanos tienen que permanecer en casa debido al COVID-19, pero hay personas que deben acudir a sus puestos de trabajo para asegurar la supervivencia de todos.

Mientras que en diciembre de 2019 los europeos preparaban la bienvenida al 2020 y algunos deseaban que el año que iba a entrar fuera mejor que el que acababa, en China empezaba a surgir una crisis sanitaria que pronto salpicaría a Europa.

El COVID-19, un tipo de coronavirus, golpearía a la mayor parte del mundo, aunque como siempre, todo lo que esté fuera de las fronteras europeas, importa poco. Y una vez más, el continente más desarrollado del planeta volvió a dar la espalda a un tema de especial relevancia. Eso sí, por una vez, aprenderían de ello: el virus, que parecía lejano, comenzó a ser una realidad. Entró en el continente por Italia, pero España no iba a librarse de él. Y llegó ese momento, exactamente el 31 de enero de 2020, cuando se confirmó el primer infectado. El paciente era un turista alemán que se encontraba de viaje en La Gomera.

Los casos se multiplicaron con el paso de los días, y un mes y medio más tarde fue necesaria la intervención del Gobierno para aplicar medidas estrictas. La más importante: el confinamiento de todos los españoles para frenar el virus. Bueno, de todos no. Hay miles de trabajadores que desempeñan una función esencial para la supervivencia de todos los ciudadanos, y son ellos los que se exponen diariamente al virus.

Es el caso de Fabiola Navarro, enfermera en el Hospital Insular de Las Palmas de Gran Canaria. «Se respira tensión entre los compañeros”, comenta Fabiola, trabajadora en la zona de oncología del hospital. Sus pacientes tienen cáncer, de diferentes tipos, y la enfermedad hace que se conviertan en personas inmunodeprimidas, lo que significa que tienen un sistema de defensas muy débil.

Los pasillos de un hospital parecen un túnel sin salida, y más cuando por ellos caminan personas que están entre la vida y la muerte. De por sí, los pacientes oncológicos deben tener mucho cuidado con no enfermarse, pero ahora la precaución es extrema. Fabiola y sus compañeros sienten miedo porque deben ser muy responsables, ya que podrían ser transmisores del virus sin saberlo. Al recordarlo, Fabiola coge aire y cierra los ojos. Prefiere no pensar en eso porque le da pánico.

Desde que el virus comenzó a expandirse por todo el territorio español, en los hospitales se aplicaron una serie de medidas que deben cumplir tanto trabajadores como pacientes. Por eso, Fabiola utiliza guantes y mascarillas y guarda un metro de distancia con sus compañeros. Se acabaron los abrazos entre ellos cuando lo necesitan. El virus ha hecho que desaparezcan las muestras de cariño entre las personas. Y qué impotencia da. Un beso o un abrazo puede curar muchos males. Aunque también una conversación. Un cruce de palabras con una persona hace olvidar a cualquiera el peso que lleva sobre su espalda.

“¿Cómo le dices a un paciente que no puede sentarse en la sala de espera a hablar con otro enfermo porque ya no se permiten aglomeraciones?”, dice Fabiola. Es como quitarle un caramelo a un niño. Para muchos, la sala de espera es especial. Es ese lugar donde descubren que no están solos. Es ese lugar donde ven esperanza.

Cuando Fabiola nombra a sus pacientes, le cuesta hablar. La situación le produce angustia, aunque está convencida de que esto pasará, y que las salas de espera volverán a ser la luz al final del túnel.

Muchos pacientes oncológicos son agradecidos con los enfermeros porque sienten que sin ellos no podrían salir adelante. Aunque no siempre es así. El COVID-19 ha creado incertidumbre y nerviosismo en la sociedad. Por desgracia, Fabiola y sus compañeros tuvieron que vivir la agresividad de un paciente hace dos semanas, cuando este se negó a aceptar que, tras haber comprobado su temperatura corporal, tenía fiebre. “Al ver el resultado del termómetro lo mandamos a Urgencias para que lo miraran, pero el señor se negó, y comenzó a insultar a mi compañera”, afirma Fabiola. Y suspira. Considera que no es justo que su trabajo y el de sus compañeros sea menospreciado. Nadie debería ser atacado cuando intenta hacer el bien. Pero a esa enfermera le tocó esa mañana, y puede volver a pasarle.

Hace más de un mes que los medios de comunicación han centrado sus informaciones en el COVID-19. España no estaba preparada para una pandemia, y los imprevistos no suelen tener buenas consecuencias. El personal sanitario lleva tiempo reclamando el material necesario para tratar a los afectados por el virus. Pero los refuerzos no llegan y se siente abandonados. Fabiola confiesa que le da vergüenza decirle a sus pacientes que no tienen mascarillas.

Los trabajadores del ámbito sanitario no son los únicos que no pueden quedarse en casa: Isaac es un trabajador de Guaguas Municipales, una de las tres empresas de autobuses que operan en la isla de Gran Canaria. Estos días, su empresa presta servicios destinados a los ciudadanos que necesitan trasladarse. “No hay mucho movimiento por las calles, la gente que sube a la guagua es porque va a trabajar o porque necesita hacer la compra”, explica Isaac, que confiesa que le ha sorprendido gratamente que los ciudadanos hayan entendido que hay que quedarse en casa.

Isaac trabaja en su empresa desde el año 2001 y nunca ha visto la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria tan vacía como lo está ahora, durante este confinamiento. “Es una ciudad llena de vida, pero ahora está apagada. Sé que volverá a la normalidad… Y espero que sea pronto”, dice Isaac. Cuando el semáforo se pone en rojo, aprovecha para pensar en el día en el que se acabe esto. Se imagina a la gente feliz, corriendo por las calles de la ciudad. Asegura que está deseando que llegue ese día para volver a encontrarse con los clientes habituales de Guaguas Municipales y escuchar sus anécdotas. Espera con ansias el “Hola, chófer, otra vez tú por aquí” de Juan, el chico que siempre coge el autobús a las 16:50 horas, o el “¿Cómo estás, Isaac, mi niño?” de Felisa, una señora de 70 años a la que le gusta dar paseos en autobús mientras observa la ciudad. En estos días, Isaac se aburre porque no tiene a nadie con quien hablar. Y se ríe al contarlo porque se ha dado cuenta de que extraña los saludos de la gente. Pero no le importa esperar. Aprovechará el tiempo con su familia y aprenderá de esta experiencia.

Para estar más protegido, su empresa le recomienda llevar guantes y mascarilla. “Al principio me resultaba un poco incómodo para conducir, pero ya me he acostumbrado”, reconoce Isaac. Sabe que al estar en la calle está expuesto al virus, y eso le da miedo, porque no quiere contagiar a su familia. Por eso intenta no acercarse demasiado a sus compañeros, aunque no ha perdido la tradición de hablar con ellos cuando se encuentran en la terminal.

Ahora, más que nunca, es tiempo de ser responsables. De saber que es mejor estar en casa porque así se evita la propagación del virus. De conocer mejor a los amigos y de escuchar a la familia. De cumplir con lo que lleva tiempo en una lista de cosas pendientes, como el libro que está por la página 15 desde el pasado verano. Es tiempo de quedarse en casa. Hay que cumplir. Por el bien de todos y todas.

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