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Historia

Adolfo Suárez, ejemplo de talante en tiempos de tensión (parte II)

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Cómo el final de Adolfo Suárez en política se fraguó en el 23-F y aún así, no perdió la caballerosidad. 

En la entrega anterior, se comentó como el cebrereño lideró un proceso de transición que metió de lleno a España en la democracia. Parecía que la aprobación de la vigente Constitución iba a ser el cierre definitivo hacia una posible reestructuración del poder militar. Pero la amenaza golpista seguía acechando. La legalización del PCE (Partido Comunista de España) en la primavera de 1977 había encendido definitivamente a los militares más abrazados al Régimen franquista.

Los cafés comenzaron a ser bombas de relojería. En uno de ellos, el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero Molina, el capitán de la Policía Armada, Ricardo Sáenz de Ynestrillas, los comandantes de infantería Manuel Vidal Francés y Joaquín Rodríguez Solano y el capitán de Infantería José Luis Alemán Artiles. 

El día elegido iba a ser el 17 de noviembre de 1978 puesto que Juan Carlos I se encontraba de viaje oficial en México y se podría conmemorar el enésimo aniversario por la muerte de Franco.

Para ello, se procedería a rodear la Moncloa por parte de 200 miembros de la Policía Armada, procediendo al secuestro del hombre odiado, el presidente Adolfo Suárez. Afortunadamente, y según los investigadores José Apezarena y Carmen Castilla en 1993, publicaron que Manuel Vidal Francés delató a sus compañeros, forzando la detención de los mismos.

Los cabecillas de la operación, Antonio y Ynestrillas, fueron juzgados por un Consejo de Guerra en mayo de 1980. La sentencia no resultó contundente puesto que solamente se les condenó a siete meses de prisión y mantuvieron el rango militar.

Para colmo, el terrorismo, la inflación, el paro y el acoso socialista continuaba imperando. Este cúmulo de circunstancia comenzaba a mermar las relaciones entre Juan Carlos y Adolfo Suárez. Según la periodista Pilar Urbano en una entrevista que concedió a El Mundo allá por 2014, había dejado de ser la novedad y se le culpaba de cualquier conflicto. Pasaron de las carantoñas y gestos cómplices y frialdad en los encuentros una vez finalizadas las elecciones de 1979. Dos no se pelean si uno no quiere, pero también puede haber terceras personas que se infiltren como virus.

El general Alfonso Armada era una persona cercana al Rey, pero quería que el Ejecutivo de turno estuviera encabezado por voces militares. Tenía la oportunidad idónea para pedir dicho cambio ante la pérdida de credibilidad del cerebrense.

No era para menos, se exigía respuesta democrática ante la crisis económica y el terrorismo que vivía nuestro país. Sin duda, era el momento para hurgar en la herida. Era un franquista para el sector progresista y el núcleo conservador le catalogaba como un traidor. Se intuía que las altas esferas exigían al monarca un cambio de gobernador, olvidando el necesario paso por las urnas.

Mientras tanto, el propio Alfonso llegó a intercambiar conversaciones con Felipe González. En el horizonte, el CESID intuía la existencia de la «Operación De Gaulle». El ansia de poder del sector socialista llegara hasta tierras catalanas. En palabras del ex presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, en sus libro de memorias: Memorias II. Tiempos de construir (1980-1993), reconoció la existencia de contactos entre gran parte de la cúpula del PSOE (Múgica, Joan Raventós y el alcalde de Lérida, Antoni Siurana) tuvieron una reunión con el general Alfonso Armada, tiempo en el que fue gobernador militar de Lérida. La finalidad era buscar un gobierno de concentración nacional.

Poco tiempo después de aquella reunión, Alfonso Armada era destinado de nuevo a Madrid como segundo jefe del Estado Mayor del Ejército. Al mismo tiempo, se reunió con otro peso pesado del poder militar, Jaime Milans del Bosch para comunicarle los entresijos de la operación. En la misma, se hacía especial énfasis en que el militar Torres Rojas sacaría a relucir sus habilidades militares con la idea de controlar el orden público en Madrid. Para ello, se optaría por ocupar la sede principal de RTVE (Radio Televisión Española).

Pero no todos estaban de acuerdo con el plan. El teniente coronel Antonio Tejero, no compartía los ideales del plan puesto que era partidario de una junta militar. Si lo estaban dos aliados exteriores de España. El Vaticano, que veía con buenos ojos a un presidente católico practicante militante en el Opus Dei y EEUU, poco satisfecho por la gestión que estaba llevando a cabo la UCD sobre los nacionalismos y el terrorismo.

Adolfo, harto de las presiones, anunció su dimisión, demostrando honor al saber cuando retirarse de un cargo político. Sin embargo, ¿cuáles eran las presiones? Según la propia Pilar, el propio Juan Carlos le sugería en reiteradas ocasiones su retirada del cargo por la falta de tirón que estaba teniendo Adolfo en tiempos de zozobra.

El rey no era el único valedor de Suárez que le daría la espalda. Agustín Rodríguez Sahagún, Migual Herrero y Rodríguez de Miñón también eran cabezas tentadores para entrar en los planes propuestos por el mismo Alfonso Armada. Suárez se percató de que era el momento de dimitir, tal y como hizo en enero de 1981.

«He llegado al convencimiento de que hoy, en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España, que mi permanencia en la Presidencia. Me voy pues, sin que nadie me lo haya pedido, desoyendo la petición y las presiones con las que se me ha instado a permanecer en mi puesto y me voy con el convencimiento de que este comportamiento, por poco comprensible que pueda parecer a primera vista, es el que creo que mi patria me exige en este momento».

Además, en palabras del propio hijo, confesó a Bertín Osborne a finales de 2015, semejante decisión comienza a gestarse en verano de 1980 mientras veraneba en Galicia. Barajó las opciones de convocar elecciones con inmediatez o agotar la legislatura hasta 1983. Entendió que parte de la población no estaba preparada para un gobierno socialista. Por lo tanto, su idea era buscar a un hombre que condujera dicha transición.

«Si el día 23 de febrero, en vez de estar votando la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, estuviéramos votando la investidura de Felipe González con la chaqueta de pana, no sé si todos los militares que se mantuvieron leales a la Constitución en su momento. Lo hubieran sido, pese a que el Rey les hubiese dicho lo que fuera».

No obstante, resulta confuso escuchar a Suárez hijo confesar que el poder militar hubiera obedecido a la Constitución cuando el mismo Armada pretendía la creación de un clima que gozara de tanta incertidumbre, permitiendo la justificación de dicho golpe de timón. Nos encontrábamos en tiempos en los que la figura militar se tenía en cuenta para ocupar altos cargos políticos para promover el orden, ya que el terrorismo azotaba con gran magnitud.

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Entonces, ¿Qué características tenía Leopoldo Calvo-Sotelo para no caldear excesivamente los ánimos de los extremos del tablero ideológico? No estaba entre la gente de su propio partido que se había aliado con el grupo progresista para quitarle su escaño en condición de Presidente del Gobierno.

Sin embargo, la primera sesión de investidura que tuvo lugar el 20 de febrero de 1981 fue fallida. Leopoldo tendría una segunda oportunidad el día 23. Según el canal Memorias de Pez, faltaba una voz que hiciera el trabajo sucio que provocara la formación de un gobierno de coalición a consecuencia de una situación más que inestable. Además, en aquel día, el príncipe y las infantas no fueron a clase, al igual que los hijos de los oficiales norteamericanos destinados en Torrejón de Ardoz.

Aquellos movimientos no fueron fruto de la casualidad. La sesión de investidura a Calvo Sotelo comenzó a las 18:00 en el Congreso de los Diputados. Era el día para provocar una situación tan insostenible que permitiera un cambio drástico en las políticas gubernamentales. 23 minutos más tarde del inicio de la sesión, 200 guardias civiles y Antonio Tejero irrumpían en el Congreso al grito de: «al suelo todo el mundo».

El general Manuel Gutiérrez-Mellado, mano derecha de Adolfo y el mismo Suárez se mantuvieron en pie. El líder del Partido Comunista de España, Santiago Carrillo. hizo lo propio. Acto seguido, Jaime Milans del Bosch, máximo mandatario de la tercera zona militar, se sublevó. Mandó a 2000 hombres y a 50 carros de combate a patrullar por las calles de Valencia.

De este modo, el territorio valenciano entró en Estado de excepción. Muchas de las regiones dudaban si seguir a Jaime. El general Torres Rojas, tal y cómo se había planeado con anterioridad, sacó a escena la División Acorazada Brunete a ocupar las sedes de los principales medios de comunicación públicos de corte nacional. Afortunadamente, el general Yuste volvió a tiempo a Madrid y exigió que se abortara dicha misión.

Por otro lado, El Palacio de la Zarzuela no se pronunciaba. En palabras de uno de los principales políticos del PNV, Iñaki Anasagasti, recalcó que el ex Secretario General de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, se había ido a la tumba sin contar gran parte de lo acontecido en la famosa «Noche de los Transistores». Considera que fue «el hombre que salvó la noche del 23 de febrero», paradoja que se enfrenta a «haber sido un militar que se sublevó contra el régimen legalmente constituido de la República».

Uno de los hombres de confianza del monarca percibía como Juan Carlos aparentaba tranquilidad. Actitud contraria tenía ante Alfonso Armada que acabó yendo a Moncloa para llegar a un acuerdo con Tejero. En este contexto, el militar andaluz muestra un gran alto de inflexibilidad en las sucesivas medidas gubernamentales de alto voltaje.

Sin duda, la democracia estaba en jaque y Sabino acudió a ser el Sancho Panza del rey emérito. Para empezar, Juan Carlos I dio un discurso a altas horas de la madrugada, recalcando que no podía tolerar que se violaran los principales valores democráticos votados a través de referéndum.

Tejero acabó firmando la rendición y por supuesto, Jaime retiró las tropas. A partir de ese momento, la Democracia quedó puesta en salvamento, dando paso al bipartidismo entre el PSOE y AP/PP. Además, Adolfo Suárez estuvo casi una década más en política siendo el puente entre ambos partidos con el CDS.

Sin embargo, la imagen del cebrerense tomaría mayor dimensión de cara a los próximos años. Supo retirarse de la política en el momento adecuado, pero sobre todo, tus posteriores apariciones públicas denotaron honestidad y señorío. Por muchas rencillas que hubiera tenido con Felipe González y Juan Carlos I, la correctitud entre ambos se mantuvo inalterable. Incluso Adolfo se negó a criticarle públicamente, confesando el aprecio que le tenía.

Sin duda, la educación es una característica que puede atesorar el ser humano independientemente de su condición y clase social. Debe transmitirse de padres a hijos. Por tanto, Adolfo Suárez Illana hace esfuerzos titánicos en acercarse a la grandeza de su padre.

Ojo, es importante saber que la gentileza no es sinónimo de desmemoria. Es necesario recordar los errores del pasado para no repetirlos en tiempos de incertidumbre, pero tampoco caer en la madre de las rivalidades basadas en el barriobajerismo. Si la élite política actual continúa viendo a Suárez como ejemplo de clemencia, conviene no utilizar su nombre en vano. Él no pidió galones, simplemente que la concordia primara en todo momento.

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