Desde el Partido Popular han acusado al Gobierno de asumir el mando único con las competencias de las residencias de mayores. Pese a que la acusación se ha demostrado falsa a la luz de lo expuesto en el BOE, la oposición no da un paso atrás para rebajar la tensión. De tarjeta amarilla.
Algunas voces del PP, hasta las históricamente más sensatas, han vuelto a la carga con un nuevo ejercicio de oposición de dudable naturaleza moral. Dirigentes como Teodoro García Egea, Javier Maroto e incluso Ana Pastor han venido acusando desde hace días al Gobierno de asumir el mando único en términos competenciales con las residencias. La figura contra la que se ha personificado el ataque, el vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias.
La acusación empezó coja de fundamento y se cortocircuitó a los pocos días. El Boletín Oficial del Estado, fuente última en la que se refleja cualquier orden gubernamental, no daba indicios de que se hubiera cambiado de dirección. Asimismo, Iglesias y su cartera nunca gozaron de la capacidad de gestión por mando único, como sí pudieron hacer Sanidad o Transportes. De este modo, el Gobierno únicamente habría reforzado el papel de las comunidades y pedido información actualizada sobre el estado de las residencias.
La estrategia de la personificación
Sin embargo, no hay duda de que el Partido Popular ha conseguido que se debata sobre una cuestión que no se prestaba a ello. Han marcado la agenda de la última semana, y precisamente se han agenciado un buen tanto en este sentido. La estrategia, así, podría haber ido orientada a subrayar ciertas connotaciones que residen en el imaginario colectivo conservador sobre el nombre de Pablo Iglesias y ahora, por extensión, al Ejecutivo.
Relacionar ‘Iglesias’ y ‘mando único’, aunque sea un binomio falaz en este caso, induce a la opinión pública a dudar y a plantearse que, tal vez, aquello de la “deriva bolivariana” no sea tan descabellado. Y es que el propósito de estas estrategias, como en las fake news, va más allá de la veracidad en sentido estricto. El propósito está en sembrar la semilla del desconcierto en el debate público, dinamitar y derruir los puentes.
Altura de miras
El grupo liderado por Pablo Casado se va alejando de la senda de una oposición constructiva, una carrera en la que Ciudadanos ha ganado muchos enteros durante los meses de pandemia. El espectro de centro-derecha se está quedando huérfano con la huida hacia delante del PP y su complicidad con Vox, tanto en forma como en fondo. Pero el rumbo de un partido de Estado no puede dirigirse hacia la confrontación vacía, porque eso traería la desgracia para un abanico de votantes conservadores: asumir la polarización o caer en la insatisfacción política.
Hay elementos de sobra con los que debatir y hacer una oposición útil, férrea y hasta dura si se quiere, pero esta línea de actuación es insostenible para un periodo de reconstrucción social y económica. A la espera de que se produzca ese paso atrás en aras de la concordia parlamentaria, la penúltima argucia (no diga última, pueden estar ya preparando la siguiente) es de tarjeta amarilla. Jueguen limpio.