El estruendo de los petardos en las calles a primera hora de la mañana, el aroma de los buñuelos y el chocolate caliente, las aglomeraciones y el regusto de la pólvora tras la mascletà de mediodía. Las calles de Valencia vuelven a llenarse, tras dos años de prórroga, del espíritu fallero que nada le teme a la pandemia ni a las lluvias torrenciales. Analizamos esta nueva edición de la milenaria festividad envuelta en un clima totalmente atípico.
Dos años de larga espera
Las Fallas valencianas son una fecha destacada no solo a escala de la Comunidad Valenciana, sino también a nivel nacional e internacional. Declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2016, esta celebración atrae a numerosos turistas de todos los rincones del mundo que visitan la ciudad para saber más sobre esta arraigada tradición. Son, aproximadamente, 950 mil los visitantes que escogen de media los días comprendidos entre el 15 y el 19 de marzo para viajar a la capital valenciana, cifra que supone casi la mitad de todo el turismo percibido a lo largo del año.
Sus orígenes se remontan a la costumbre que tenían los carpinteros de la zona en el siglo XVIII de colocar en pequeñas pilas los restos de su actividad y otros elementos inservibles para posteriormente prenderles fuego en honor a su patrón, San José. La tradición nos dice que, con el paso del tiempo, decidieron darles forma, y estas hogueras improvisadas han derivado en los impresionantes monumentos artísticos que se exponen cada año en los diferentes barrios de Valencia. Sin embargo, a pesar de su compleja elaboración y gran valor económico y cultural, estas esculturas no pueden eludir el mismo final que sus antepasadas: la cremà, es decir, ser quemadas la noche del 19 de marzo, día de San José.
Esta larga tradición se lleva celebrando todos los años consecutivos, con muy pocas excepciones: seis, para ser más exactos. Las Fallas no se llegaron a celebrar en 1886 por una protesta fallera, en 1898 debido a la Guerra de Cuba y los años 1937,1938 y 1939 como consecuencia de la Guerra Civil. Fue el año pasado cuando se produjo la séptima suspensión en toda su historia por la crisis sanitaria del Covid-19. A pesar de que ya estaba todo preparado para su celebración, a una semana vista, Sanidad las aplazó y se propuso una fecha provisional que más tarde fue cancelada. Tampoco se pudieron llevar a cabo en enero de este año, dando lugar a la segunda suspensión consecutiva.
«Lo viví muy triste, no me creía que algo así pudiera estar pasando» cuenta Ariadna Ángeles Pérez, actual fallera mayor de Na Jordana. Como todas las falleras mayores de estas Fallas 2021, ella fue elegida en 2020 y participó en los actos oficiales de febrero hasta la repentina cancelación de la fiesta. Su falla fue una de las más perjudicadas al verse obligada a quemar el monumento, que no podía desmontarse. Por suerte, gracias a las aportaciones de colaboradores y donantes tanto públicos como privados, se pudo recomponer íntegramente.
Tras este duro golpe y la incertidumbre que lo acompañó, ahora disfruta por fin de su gran año fallero, que se prolongará hasta marzo 2022. «Mi comisión ha decidido que, como no van a ser unas Fallas normales, podemos repetir en marzo y ,con suerte, tener la semana mágica con la que sueña cualquier fallera» explica. Si bien es cierto que el calendario de eventos es limitado comparado con el de un año habitual, Ariadna asegura que todos «estamos disfrutando intensamente después de estos dos años en los que tanto hemos echado de menos nuestra fiesta Josefina»
La cara oculta de la «cancelación pandémica»
Si bien es cierto que el no poder celebrar esta fiesta tan estimada durante dos años consecutivos ha sido un duro golpe para los valencianos, para otros sectores este desencanto ha ido unido a una cuantiosa pérdida de trabajo y de dinero. Es el caso de los artistas falleros, encargados de diseñar y traer a la vida estos monumentos para que podamos disfrutarlos. Este proceso complejo, que incluye labores de carpintería, pintura y modelado, mantiene ocupados a los artesanos durante meses, convirtiéndose en su trabajo a tiempo completo en la mayoría de los casos.
Vicente Herrando Soler, artista fallero con cuarenta años de experiencia a sus espaldas, confirma que la pandemia «ha causado enormes estragos en el mundo fallero». «Nos vimos obligados a tomar decisiones improvisadas» cuenta. Cuando le preguntan por la forma de salir adelante sin una fecha clara de cuándo se podrían volver a plantar las Fallas, afirma que «las subvenciones del ayuntamiento de Valencia han sido claves para poder continuar con nuestro trabajo. Las comisiones las recibieron a cambio de firmar con nosotros a dos años vista». Esto les ha permitido enfocarse en la elaboración de nuevas Fallas que, según lo previsto, se podrán ver el próximo año si la situación lo permite.
Sin embargo, estas subvenciones no se han ofrecido a escala local pues muchos municipios han optado por no celebrar las Fallas este año y los artistas falleros de estas localidades han quedado mucho más desprotegidos. Herrando confirma además que «las Fallas que se pueden ver ahora son las que estaban previstas para 2020 y que habíamos almacenado en los talleres y la Feria de Muestras hasta la fecha. Algunas otras se han reservado para marzo, cuando esperamos volver a celebrarlas en las fechas tradicionales».
Otro sector fuertemente afectado por la pandemia ha sido el de la hostelería, con restricciones en los aforos y horarios para reducir el riesgo de contagio. En el caso de los hosteleros valencianos, quienes solían contar con una elevada afluencia de turistas que permitía quizás compensar los ingresos más bajos del resto del año, el impacto ha sido considerable. En su caso también habían realizado grandes inversiones para cubrir la demanda esperada y, al cancelarse repentinamente, no pudieron recuperarlas. Si bien estos días los bares y restaurantes tienen llenos sus locales y terrazas, todos están de acuerdo en que la afluencia es significativamente inferior a la de años anteriores por falta de turismo extranjero.
Fallas sí, pero con restricciones y mascarilla
Aunque es innegable que, estos días, Valencia rebosa optimismo y alegría a raudales, tampoco es posible obviar el hecho de que nos encontramos en medio de una pandemia que no se apiada y ya avanza una nueva ola en el país. La Generalitat ha decidido por fin dar bandera verde a las Fallas pero llamando a la ciudadanía a «actuar con sentido común y prudencia». Si bien la incidencia sigue bajando en la comunidad, preocupa el inminente inicio del curso escolar y los efectos negativos que tendría para este un repunte en los casos.
Con este propósito se han tomado numerosas medidas para reducir, en la medida de lo posible, la propagación del virus. La mascarilla será obligatoria incluso en las calles, dada la congestión peatonal de estas y la imposibilidad de mantener la distancia de seguridad. Las verbenas y discomóviles, por el momento, estarán prohibidas este año, y el toque de queda vigente a la una de la madrugada se seguirá respetando durante esta semana. Un gran cambio ha sido la cancelación de las tradicionales mascletàs en la plaza del ayuntamiento, donde se concentraban miles de personas. En cuanto a actos como la tradicional ofrenda de flores a la Virgen, se evitarán al máximo las aglomeraciones optando incluso por recorridos alternativos durante el pasacalle.
A vísperas de que empiecen los tres días más importantes de esta fiesta fallera, toda España está pendiente de Valencia para saber si es verdaderamente posible conciliar la tradición y la fiesta con la contención del coronavirus. Por ahora, nos quedamos con el sentimiento de alegría de los falleros que, tras mucho tiempo de espera, ven la luz al final del túnel y la vuelta, aunque relativa, a la vieja normalidad.
