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Crónica | Rayden, ‘Sinónimo’ de espectáculo

David Martínez Álvarez, más conocido por su nombre artístico, Rayden, actuó ayer en la Sala Custom de Sevilla, en la gira de su disco Sinónimo.

En el día de ayer formé parte de las 700 personas que nos concentramos en la Sala Custom de Sevilla para presenciar el concierto de Rayden. El rapero madrileño felicitó a los allí presentes al -por fin- agotar las entradas de aquella pequeña sala, tras tres años visitándola. «A la tercera va la vencida», decía.

Rayden no es uno de esos artistas que congrega en una sala cifras disparatadas ni llena estadios con capacidades masivas, en la presente gira al lugar que acude lo llena. Pero, en cifras más realistas conforme a su fama y tipo de música. No es el perfil de artista con millones de seguidores en las redes sociales, no, ese no es Rayden. Su perfil es el de un hombre que disfruta al máximo haciendo música.

Era feliz encima del escenario y esa pasión fue transmitida al público. Su amor incondicional en lo que hace produjo una atmósfera mágica, creando una simbiosis entre espectador y él. Parecía tenernos a todos conectados directamente con él, la sensación de estar en un cara a cara en la intimidad era tangible. Sin darnos cuenta, dio clases particulares de comunicación no verbal. Sus gestos te atrapaban y maniataban al son de su voz.

Cada frase que citaba parecía llevar tu nombre como sujeto omitido. Indudablemente se lo pasaba genial, exhumaba una confianza que infectaba como un virus. Cientos de miradas clavadas en él y su banda, pero la experiencia es un grado, y quizás con el tiempo manejó este tipo de situaciones en favor del espectáculo. Hacer lo que amas tiene estas cosas, ese efecto de seguridad en el que te sientes invencible, pero «los Dioses también sangran».

Ayer se pudieron ver las entrañas del cantante, mostró su lado más humano abriéndonos las puertas de lugares inaccesibles. Desde la pista se contemplaba -en directo- la histórica lucha entre cerebro y corazón. No se reservó nada, cantó sus miedos y allí mismo los ejecutó. Experto en emociones, con una mirada enigmática, abrazó el micrófono, como si llevasen mucho tiempo sin verse, el show estaba garantizado.

Su voz nunca estuvo sola, bien acompañado por una banda de gran nivel. Pero, quizás la tranquilidad de no sentirse solo, el punto de inflexión entre tanto disfrute estaba en la relación con quienes construyen la base de sus letras. La amistad que entabla con aquellos cinco, y los que no se ven, sirve de paracaídas al cantante madrileño para poder saltar al vacío.

Por lo general, su música podrá gustar más o menos (el libro de los gustos está en blanco), tendrá un perfil más o menos comercial, no será uno de los artistas más importantes en el plantel, ni siquiera en el país. Su presencia no tiene ese efecto multitudinario de cientos de miles de personas, o incluso millones como algunos del gremio.

Aunque, jamás podrá ser reprochado por la pasión que imprime en sus conciertos, es un huracán de emociones que dejan al público a flor de piel. Una mística difícilmente descriptible, las caras de los que asistieron era similar a la de un niño el día de los Reyes Magos. Un puñado de hombres, un grupo de amigos consiguieron emocionar a cientos de personas, ellos hicieron su trabajo, pero que manera de hacerlo. Aman su oficio y eso facilita su realización, incita al éxtasis de sus oyentes.

En su mayoría todos repetían: «quiero que nos volvamos a ver», antes de que el madrileño se ocultara en las sombras y diera por finalizado su concierto. Ninguno quería que el momento en el que el silencio fuese protagonista llegase, ni el propio Rayden ni su banda ni sus técnicos (de luces y sonido). Vino desde el asteroide «Beseiscientosdoce» pasando por «Finisterre» hasta acabar recalando en Sevilla, con rumbo al sentir del público. Al final alcanzó la máxima de un artista, las setecientas personas se consagraron en «Un solo ser». Sin más dilación, agarró con fuerza el micro, a sabiendas que esto era un adiós, con la pena en su voz, tragó saliva y reunió las fuerzas suficientes para dar paso al vacío. Un dulce espectáculo, «clímax, final feliz».

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