Analizamos Hiroshima de John Hersey, un libro clásico del periodismo narrativo y uno de los más importantes de todo el siglo XX
Al oír la palabra “Hiroshima” a todo el mundo se le viene a la cabeza el hongo gigante que aparecía en los libros de Historia del instituto, al final del tema de la Segunda Guerra Mundial. En 1946 John Hersey resignificó Hiroshima, resignificó ese hongo. Lo llenó de vidas, de muertes, de historias puramente humanas. Analizamos el libro clave para entender el periodismo narrativo. En 2021 sigue siendo uno de los reportajes más importantes del siglo XX, y sigue siendo necesario llenar con personas esos hitos históricos que se quedan tan vacíos en el tiempo.
El autor plantea lo que estaba haciendo cada protagonista de su crónica “exactamente a las ocho y quince minutos de la mañana, hora japonesa, el 6 de agosto de 1945, en el momento en que la bomba atómica relampagueó sobre Hirsohima”. Y la única manera de hacerlo es usando gerundios: “la señorita Toshiko estaba girando la cabeza para hablar con la chica del escritorio vecino”. Es imposible alcanzar un nivel de visualización más alto: el lector se sitúa y prácticamente puede oír el estruendo, ver el fogonazo. Inmediatamente quiere saber más. ¿Quién era la señorita Toshiko? ¿Tenía hijos? ¿Sobrevivió? John Hersey no solo pone nombres y apellidos a las víctimas de uno de los acontecimientos más graves de la humanidad, sino que les da vida… y la cuenta.
La cercanía que el lector siente hacia los personajes se construye a través de relatos familiares, caseros, sin grandes pretensiones, pero con una fuerza descomunal. “El padre Kleinsorge, sacerdote alemán de la Compañía de Jesús, estaba recostado en ropa interior sobre un catre, leyendo una revista jesuita”. Y es que el autor no aparece nunca, deja todo el espacio a las historias de los protagonistas. John Hersey se convierte en un mero transmisor de la información.
Personajes de verdad, vivos
Cada personaje refleja algún aspecto de la vida en Japón: una viuda, un misionero, un cura, un cirujano y un pastor. Todos son perfiles que resultaron clave en la reconstrucción de Hiroshima después de la bomba. Al principio estas seis historias parecen inconexas, pero poco a poco se van entretejiendo, uniendo y desuniendo a lo largo del libro, e interactúan entre ellos.
El libro está plagado de imágenes crudas por el alto nivel de detalles. No es que leas, sino que llegas a ver cómo unos vecinos intentan ayudar a otros (a veces lo consiguen, otras veces no). Hersey no se queda solo en ese día, va un paso más allá: al cabo de los años vuelve a Hiroshima y vuelve a hablar con los supervivientes (hibakusha en japonés, que significa “persona bombardeada”). El lector acompaña a los protagonistas desde antes de la explosión hasta años después, en algunos casos hasta la muerte.
El último capítulo es especialmente desolador. Se narran los años posteriores de quienes sobrevivieron, y se añaden titulares de periódicos y telegramas del momento. Mientras la gente aún sufre las consecuencias de la tragedia, Gran Bretaña lleva a cabo su primera prueba de bomba atómica. Genera una desolación terrible. “La memoria del mundo se estaba volviendo selectiva”, escribe Hersey como última frase.
Es un libro en carne viva.
