Si algún espectador llegó tarde el pasado viernes a la representación de Cabaret Infierno en el Centro Cultural María Victoria Atencia (MVA) de Málaga, pudo haber pensado que quizá se había equivocado y que se hallaba en el Club de la Comedia dado que el público no paró de irrumpir en aplausos durante la hora y media que duró la obra.
Y es que la confusión hubiera sido más que justificada. Paco Pozo supo dibujar a la perfección a su personaje, La Delito, y dotarla del carisma propio de un maestro del monólogo cómico. El actor, que encarnaba a un transformista de un cabaret en decadencia, transitaba continuamente entre el backstage del supuesto local, donde se confesionaba al retrato de su madre, y cada una de sus actuaciones en las que ofrecía un show de playback. Todo ello plagado de un arsenal de chistes soeces y anécdotas escabrosas que desataron continuamente las carcajadas del respetable tras un comienzo, eso sí, algo titubeante y empañado por un exceso en el uso de la voz en off.
Sin embargo, quizá en esa gran vis cómica radica también el problema principal de la pieza. Cuando de los momentos jocosos se pasaba a otros más dramáticos, la transición era fluida dado que la hilaridad siempre era el color dominante. Pero, al llegar a los lapsos finales, el giro se vuelve trágico por completo y el cambio de ritmo demasiado abrupto para que Pozo pueda controlar el pathos del personaje.
Pese a esta mácula, el guion de Jamp Palô resulta sólido gracias a su estructura clásica y ameno en su contenido. La puesta en escena, dirigida por el propio Palô, es sobria y sin excesos, lo que contrasta favorablemente con el carácter del personaje que ha creado y ayuda a su focalización. Esto demuestra, una vez más, que el clasicismo es un seguro que ayuda a sujetar el relato de lo histriónico.
