Mi querida cofradía se estrena esta semana tras el éxito cosechado durante el pasado Festival de Málaga, donde salió ovacionada en el pase de prensa y acabó recibiendo el premio del público en Sección Oficial
Mi querida cofradía es de estas películas que ya sabes cómo se va a desarrollar antes de haberla comenzado, por lo tanto, es de ese tipo de obras que divide al público en dos cuando se enfrenta a la decisión de verla o no. El espectador más avezado suspirará aburrido ante la melodía repetitiva que desprende y decidirá invertir su dinero en alguna otra producción más copiosa; sin embargo, el espectador que concibe el séptimo arte como puro y simple entretenimiento estará encantado de saber qué se va a encontrar y desconectará de su rutina semanal durante su agradable tarde de domingueo.
Yo, que la mayoría de las veces me suelo incluir como uno de esos primeros sujetos, no hubiera gastado mi paupérrimo caudal en este film de entrada. Sin embargo, la gratuidad del pase de prensa en el festival malacitano me instaba a su visionado. Para mi sorpresa, me encontré con una comedia de costumbres exageradas correcta, ágil exceptuando algún que otro bostezo en su tramo medio y con una fotografía más que decente propiciada por ese bonito escenario que es la ciudad malagueña de Ronda.
Y es que Marta Díaz compensa como directora un guion flojo y típico a pesar de su intentona de reivindicación feminista que se queda a medias. Díaz consigue sacarle brillo a las actuaciones del trío femenino familiar compuesto por Gloria Muñoz, Pepa Aniorte y Rocío Molina, si bien chirría en todo momento que, en sus respectivos papeles de abuela, hija y nieta, cada una tenga un acento diferente y ninguno boquerón. Esta carencia, además, se acentúa cuando uno percibe que, pese a existir actrices tan buenas en Málaga, la producción parece decidirse por la cobarde necesidad de que el respetable reconozca ciertos rostros antes que apostar por la coherencia que darían las ninguneadas locales.
A mi juicio, Mi querida cofradía no llega a la gloria perseguida ni recibida, si bien consigue esa redondez que conlleva una ejecución correcta pero sin alma. La repetición es la clave de la maestría en un arte como la alfarería pero, en el medio audiovisual, esta falta de genio vivo -en este caso, de duende andaluz- pesa por encima de la técnica.