Hemos normalizado tanto la palabra “autocuidados” que la próxima palabra será “autoeducación” para educar a las futuras generaciones y desgraciadamente, la última recomendación será la de practicar la “autojusticia”. Que va a consistir en tomarnos la justicia por nuestra mano.
Las togas que se lucen en las fotos de carrera siempre otorgan un halo de poder a la persona que la lleva puesta. La mía era de color azul cielo y veo la fotografía enmarcada cada vez que dejo las llaves. En las casas señoriales se ponen como elementos decorativos y en las casas obreras se muestran como auténticos triunfos indiscutibles. En época de selfies los españoles de mi generación le damos poca importancia a tales retratos aunque hace algunas décadas, simbolizaban un servicio a la sociedad, unos anhelos de libertad y una cierta tendencia a la ambición personal y colectiva de un país que quería situarse a la vanguardia del resto de países europeos.
En nuestra formación académica nos han educado para triunfar, para competir e incluso para ser inmortales, pero nunca nos educaron en unos valores cívicos y constitucionales que de forma malintencionada se han asociado a determinadas ideologías en los últimos tiempos.
No existen los idividuos sin ideologías y no existen las ideologías sin individuos. Aquellos que se autodefinen como “apolíticos” se colocan en una situación apátrida que puede provocar vacíos aprovechables para determinados movimientos reaccionarios emergentes en casi la totalidad de los países de Europa.
Unos dicen que España ya es mayor de edad y otros intelectuales como Ángel Ganivet decían que España siempre sería una permanente interinidad. A mi juicio, en estos momentos España se encuentra en una etapa de “autocuidados” como bien han dicho las autoridades políticas y sanitarias, pero no solo debemos de autocuidarnos del COVID-19, sino autocuidar nuestra democracia, nuestros derechos constitucionales y nuestro estado de derecho. Eso es lo peor que nos puede pasar, pues en tiempos de “autocuidados” es cuando aparecen los temidos salvapatrias empeñados en aplicar soluciones sencillas a problemáticas realmente complejas. Ante ellos, el único arma capaz de derrotarlos es enarbolar por parte de las generaciones más jóvenes los valores que nos otorgó la Constitución de 1978. Una Constitución donde su articulado ha quedado un tanto desfasado para los españoles del futuro pero sus valores simbólicos cobran plena vigencia en tiempos como los actuales. El actual régimen constitucional requiere de una transversalidad de base donde florezcan nuevos enfoques dentro de de los ejes de izquierda-derecha. Unas minorías territoriales que exigen el respeto a su singularidad sin pasar antes por el respeto a la pluralidad del resto de territorios no solo quiebran la convivencia sino que alteran el orden tanto social como político en unas circunstancias especialmente delicadas por culpa de una pandemia mundial.
La solidaridad entre territorios, la reafirmación de un proyecto común y el reconocimiento de nuestra realidad nacional por parte de las generaciones mas jóvenes desembocaría en una nueva etapa de consesos y diálogos positivos para España y para nuestro papel en la Unión Europea como potencia media.
Actitudes contrarias a la anteriormente expuesta desembocará en un conflicto entre españoles con nefastas consecuencias. Ojalá no acabe como contaban nuestros antepasados.
“Una guerra terrible, como todas las guerras. Padres contra hijos y hermanos contra hermanos”
