Tras casi 50 años de violencia terrorista en España, llega la hora de que las víctimas puedan alzar su voz y ser escuchadas.
Desde que ETA comenzase su actividad criminal, se cuentan por centenas y miles sus víctimas: 854 asesinados y más de 3000 heridos, citando además las víctimas de sus secuestros, que ascienden a 86. De esas 854 víctimas mortales, aún quedan sin resolver más de 300 casos, sin que sea posible aún iniciar el procedimiento judicial para poder esclarecer lo sucedido.
Además, podemos contar también el fenómeno de los desplazados: población de Euskadi que se vio obligada a abandonar su tierra, huyendo de la violencia terrorista. Las cifras, a este respecto, no son nada concluyentes, y varían mucho según los aspectos a considerar. Según el ‘Proyecto Retorno‘, editado por el Instituto Vasco de Criminología, las personas obligadas a huir por la violencia terrorista oscilan entre 60.000 y más de 200.000.
No se ha escuchado a las víctimas de ETA
Sin embargo, y pese a los evidentes daños causados a la sociedad, no sólo vasca, sino también española, y especialmente, los sufridos por las víctimas, aún no hemos podido escuchar su voz con claridad. El estamento político ha monopolizado la expresión del dolor de ETA, expresando las necesidades y requerimientos de las víctimas, pero sin haberse sentado con ellas o haber escuchado sus demandas. Se ha cometido un grave error de paternalismo con personas que lo habían perdido absolutamente todo, y se las ha tratado como menores de edad, incapaces de saber qué necesitan.
Las víctimas saben perfectamente lo que es el terrorismo de ETA, como también conocen los efectos que esto tiene, pues lo han sufrido en primera persona. Nadie mejor que ellas y ellos saben cómo articular todo un entramado de protección, reconocimiento y reparación, porque conocen su situación. Hablar del sufrimiento de las víctimas de ETA sin hablar con ellas o escucharlas es un grave error que sólo contribuye a ocultar su dolor y contar una realidad parcial y simplificada.
Las víctimas, como personas que son, son muy diversas. Un sector de ellas aún son recelosas a acercarse a sus verdugos, y defienden una ley penitenciaria más dura, manteniendo la dispersión, y desde unas posiciones muy alejadas. Otro sector defiende la importancia de los encuentros restaurativos, optan por perdonar y creen que el acercamiento de presos y su reinserción en la sociedad es un paso adelante para crear una sociedad más libre. Muchas víctimas defienden la importancia de conocer lo que sucedió, pero contándolo sin odio y sin rencor.
Todas las posturas de las víctimas son legítimas
Y todas estas posturas son perfectamente legítimas, porque cada víctima gestiona un duelo impuesto e injusto como su situación se lo permite. Todas merecen el mismo respeto, y merecen ser escuchadas, sea cual sea su postura. Porque todas son víctimas, todas han sufrido, y absolutamente todas merecen ser reconocidas como tal, porque lo son.
Desde esta postura, el hecho de escuchar a las víctimas se hace fundamental para ellas porque permiten contar su historia. También es importante para la sociedad, porque así conocen la realidad de lo que pasó. Conocer el relato político es importante, pero escuchar la realidad contada de las bocas de las víctimas es fundamental, porque entonces conoceremos la verdad.
La verdad está en el relato de todos y todas ellas. Sólo las víctimas saben lo que han sufrido, lo que han tenido que vivir y cómo han salido adelante. Deben ser escuchadas, reconocidas y respetadas, sean cuales sean sus posturas o sus opiniones. Solo entonces podremos construir una nueva sociedad, sin olvidar en absoluto lo sucedido.
