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Funambulismo electoralista

Nubes de tormenta se ciernen sobre Moncloa. La gestión de la crisis sanitaria ha desatado un temporal que, lejos de amainar, ha enardecido las críticas de los presidentes autonómicos; en concreto, de aquellos en cuyo horizonte se vislumbran los comicios electorales del 12 de julio.

En el Congreso de los Diputados, incluso durante la pandemia mundial provocada por la Covid-19, poco han cambiado las formas. Estaría preocupado el bueno de Pérez Galdós, porque el hemiciclo sigue siendo un cuadrilátero electoral en el que sus señorías intercambian golpes con aroma a campaña anticipada. Con el 12 de julio ya en la cabeza de asesores y estrategas, Sánchez le propinó el gancho letal a Urkullu con el que soñaba EH Bildu: el pacto para derogar la reforma laboral.

Y es que la actualidad política de la pasada semana estuvo marcada por la controvertida firma a tres entre PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu. El continente, como la pólvora, no se descubre ahora. Más opiniones ha suscitado lo que ha rodeado a la firma que el contenido de la misma. Tiene esto una sencilla explicación: el volantazo nocturno de Nadia Calviño and friends para hacer desaparecer el compromiso de derogación íntegra.

La peligrosidad de la actitud del Gobierno a la hora de sentarse a negociar no reside en cuántos frentes tenga abierto, sino en un relato de mensajes en ocasiones inconsistentes que la ultraderecha ha tenido a bien aprovechar para sacar tajada. Lo que toda la vida se ha conocido como darle munición al enemigo. Un movimiento poco inteligente desde los despachos de Moncloa que no parece haber salido de la mente ajedrecista de Iván Redondo.

La pugna por el voto más social

Pero si un sitio se está desplegando la táctica es, sobre todo, desde el País Vasco y Cataluña. Los primeros parecen estar pensando ya en la campaña mientras suman más de 13.000 casos de coronavirus y algo menos de 1.500 fallecimientos. El lehendakari, Íñigo Urkullu, un hombre al que le define su pausa y templanza norteñas, ha pasado al ataque tras el acuerdo del Gobierno con EH Bildu. Y hace bien preocupándose, porque el partido de Arnaldo Otegui le puede estar arrebatando votantes con alta sensibilidad social tras su victoria en forma de pacto.

Eso sí, Urkullu sigue siendo el gran favorito en las encuestas. El PNV podría revalidad su acuerdo con el PSOE, pero todo dependerá de cómo se encuentren las aguas que rodean al Congreso, ahora muy embravecidas tras los últimos acontecimientos. Funambulismo sobre un alambre muy fino el que tendrán que hacer a partir de ahora los líderes políticos vascos, en el que cualquier paso en falso puede significar una pérdida importante de votos. El primer proceso electoral en la era del coronavirus puede marcar el camino al resto.

De oca en oca

En Cataluña, por su parte, el tablero del independentismo continúa siendo el mismo, aunque ahora anteponen la carta de la mesa diálogo a las medidas sociales para afrontar la crisis económica. La gran sorpresa, si así puede considerarse todavía, fue el discurso de Gabriel Rufián para defender el ‘no’ de ERC. Su caso es el paradigma del funambulista de manual, el que lucha por no caer al vacío electoral con JxCAT, pero a la vez reclama que el Gobierno recupere el espíritu de la moción de censura. No parece ir mal encaminado en ese análisis si lo que pretende es aunar fuerzas en la izquierda para contribuir en la toma de difíciles decisiones que se avecinan.

Sin embargo, la senda elegida, por ahora, no da prioridad a las medidas sociales. Y persistirán en el error desde ERC si, en lugar de eso, optan por anteponer ciegamente la mesa de diálogo mientras Cataluña roza los 60.000 diagnosticados y las 5.500 muertes por Covid-19. Jugar a ver quién es más independentista, en estos momentos, es una irresponsabilidad que los votantes podrían tener en cuenta en unos futuros comicios. No se entiende en otro sentido la actitud de los republicanos catalanes, enconados en el ‘no’ al Estado de alarma propuesto por el ejecutivo de Sánchez. De oca en oca y vota ‘no’ porque le toca.

Se acercan tiempos convulsos en los que remezclar intereses electorales durante una crisis sanitaria será la osadía más imperdonable. La ciudadanía, hastiada por un duro confinamiento y en vísperas de sufrir los mayores estragos económicos, merece altura de miras, empatía e inteligencia. No habrá lugar para funambulistas en la política post-coronavirus.

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