La compañía Teatro del Velador nos deleitó el sábado con la famosa obra ‘Céfalo y Pocris’ de Calderón de la Barca, de la mano del director granadino Juan Dolores Caballero. Una comedia disparatada y exagerada de gran ejecución, la cual trata temas transversales y consigue adaptar sus elementos a los nuevos tiempos.
Céfalo y Pocris se enmarca dentro del Festival Teatros Romanos de Andalucía, conocido este año como Ciclo Anfitrión. El festival sirve de punto de encuentro entre creadores, artistas y espectadores en entornos emblemáticos de la región. La obra ha sido la encargada de concluir la jornada que desde el 7 de julio ha tenido lugar en el Teatro Romano de Itálica.
La nueva normalidad y sus restricciones no han impedido que el aforo de Itálica luciese casi completo. Aunque el público tuviera que llevar mascarilla durante toda la función, esta peculiaridad no supuso ningún problema a la hora de disfrutar del espectáculo.
Una escenografía simple, pero acertada
La interpretación del mito griego casaba tan bien con las columnas romanas del entorno, que solo fue necesario añadir ocho sillas y tres paredes de color neutro para meter al público en el pintoresco ambiente. Los despampanantes vestidos de colores llamativos, inspirados en las Meninas de Velázquez, ocuparon el escenario, acompañando a un juego traído por luces, humo e incluso una trampilla.
La música que envolvía el ambiente era interpretada por Sancho Almendral, quien se situaba en la parte superior del escenario mientras hacía sonar su violonchelo. Fue el encargado de abrir y cerrar la función, además de interpretar algunas piezas entremedias.
Un reto para los actores
Aun siendo una historia exuberantemente trágica, lo jocoso y burlesco hicieron acto de presencia para retratar fielmente la única obra cómica de Calderón de la Barca. Como buena adaptación, pudieron verse pinceladas de modernidad y la incorporación de elementos nuevos. En un espectáculo donde el uso arbitrario del poder monárquico ocupaba el asiento principal, pudieron verse temáticas entrelazadas, tales como el amor entre Céfalo y Pocris, la reclusión de Aura o los constantes deseos carnales del hombre hacia la mujer. Estos últimos, guiados por dinámicas de posesión y represión, haciéndose incluso mención al feminismo.
Lo curioso del espectáculo fue la particularidad de su lenguaje, el verso clásico original de Calderón de la Barca va intercalándose junto a un habla informal. Algunas de estas frases coloquiales y más acordes a los tiempos actuales servían de pausa o paréntesis en el transcurso de la obra, incluso durante estas los actores llegaron a hablarse de “tú a tú” por su nombre real.
Sin lugar a duda, hay que destacar la loable labor de los intérpretes, al tratarse de un texto de extensión considerable y realmente enrevesado. No obstante, fue tanta la gesticulación y modulación de voz, que el entendimiento de la obra no se basó únicamente en la letra, adaptándose al público general. Un reparto muy bien conseguido que supo solapar los personajes cómicos con los de una mayor intensidad y donde brillaron interpretaciones tan destacadas como la actuación protagonista de Fran Caballero, con su personaje Céfalo.
En definitiva, una apuesta arriesgada y difícil que podría haber augurado el desastre, pero cuya excelente ejecución hizo recibir los aplausos de un público hambriento de divertimento.