La protagonista de la saga Bridget Jones apunta muy fuerte al Óscar con un retrato de Judy Garland a veces atrevido pero demasiado tradicional.
Estreno: 31 de enero
¿Qué hay más allá del arcoiris y de la intérprete de su canción? Esa es la pregunta que Judy (Rupert Goold, 2019) trata de responder al analizar la vida de la protagonista de El Mago de Oz (Victor Fleming, 1939) retratando su forzada última gira de conciertos ante su declive económico y personal. Este interesante planteamiento viene reforzado con el regreso al estrellato (y a los premios) de Renée Zellweger, tras una década bastante inactiva. A ella, le ha salido la jugada perfecta. A la película en sí, no tanto.
El intento fallido de lucirse
La película arranca con los entresijos del rodaje de aquel mítico film que lanzó a la fama a Judy Garland, mostrando muy sagazmente el precio que tuvo este trampolín. Aunque la línea narrativa principal transcurra en los últimos años de la actriz y cantante, el guion se atreve dispersamente a narrar el drama en estas dos direcciones, como una especie de expiación y reflexión desde la madurez.
Desafortunadamente, el montaje final prioriza un demasiado típico presente desarrollando una historia de declive en Hollywood que es tan relevante como poco novedosa (narrativa y estilísticamente hablando). Los momentos más profundos y novedosos del film son aquellos por los que menos apuesta: la des-mitificación del rodaje de El Mago de Oz, los blancos y negros de ese arcoiris. De hecho, quizás habría sido más acertada una propuesta que se centrara exclusivamente en aquellos años, donde el director incluso se atreve a jugar con los planos, la fotografía o el montaje (atentos a esos colores, planos secuencia y la marcada iluminación de las sombras para señalar a los «malos»).
La juventud de Judy Garland es de lo mejor del film. Fuente: Vertice
El auténtico brillo
La ventaja de centrarse en una (muy dispersa) línea futura de la vida de Judy es el camino completamente abierto que deja a su actriz principal para lucirse. Renée Zellweger sorprende con la más suelta versatilidad tanto en los números musicales como en los primeros planos y las discusiones. El papel es muy agradecido, quizás demasiado hecho para que brille y, por consecuencia, caricaturizando al resto de personajes para nada trascendentes. Todos quedan en la sombra ante la gran estrella que sí, brilla en cada plano y cada movimiento de su rostro o palabra que sale de su boca.
Aunque lo haga muy bien, su actuación tampoco sobresaldría demasiado en una lista de biopics made in Hollywood sobre personalidades icónicas de la industria. Hasta la última escena. El guion ha sabido guardarse el gran as bajo la manga con un número final que sin duda es la mejor escena de toda la película y emociona en todos los sentidos: por la consumación de lo vivido anteriormente, por los mejores segundos en pantalla de Zellwegger, por la canción que suena y por lo que ocurre durante la misma. Además, esta escena cierra también el otro gran acierto del film: una subtrama con ecos sociales actuales tan divertida como profunda.
Renée y esta subtrama son el otro gran aporte del biopic. Fuente: Vertice
Gracias a estos últimos minutos, cualquier espectador podrá salir con un nudo de emoción en la garganta. Los más jóvenes apreciarán este momento, la actuación de Zellweger y los entresijos de El Mago de Oz. Los mayores sí que se emocionarán más al revivir a Judy Garland con muchas de sus canciones, aunque realmente no aprendan más de ella. Como biopic, Judy es tan correcto como intrascendente en general, pero consigue sacar brillo al pasado de la protagonista y a su intérprete en particular.
