Tras una jornada inaugural que Julia Ducurnau se encargó de poner patas arriba con su inclasificable ‘Titane’ (Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes), fue ‘Benedetta’, otra película rodada en francés la que hizo lo propio en el tercer día del Zinemaldia
Paul Verhoeven, la persona tras su dirección – pese a no poder ser alguien más opuesto a Ducurnau en cuanto a longevidad y trayectoria en el mundo del cine – sí que tiene aspectos en común con ella: ambos llevan la provocación por bandera, ambos se atreven a saltarse las barreras de lo políticamente correcto, y ambos han presentado sus últimas obras en el Festival de San Sebastián como dos anomalías en una programación acostumbrada al drama familiar y al cine europeo más sobrio y convencional.
Benedetta lleva dando que hablar desde su polémico primer poster y desde la presentación de su tráiler. Los seguidores acérrimos del director holandés se frotaban las manos ante la que tenía todas las papeletas para ser la película más provocadora y crítica con la iglesia de los últimos años, y ciertos sectores católicos pusieron en marcha su maquinaria de sabotaje y protestas contra el estreno de la que calificaban como una “película pornográfica híper perturbadora”.
Su presencia en el Festival de Cannes y las positivas primeras críticas que recibió se encargaron de demostrar que Benedetta no era simplemente un entretenimiento vacío de un director polémico que solo busca el escándalo y la notoriedad, si no que va más allá: Benedetta habla de la corrupción, de la hipocresía, de la represión, del poder, de la fe y de las contradicciones de una institución del calibre de la Iglesia Católica, y lo mejor de ello es que lo hace sin tomarse excesivamente en serio a sí misma y sin avergonzarse de acercarse por momentos más al nunsploitation que al drama histórico.
En la Italia de finales del siglo XVII, en plena propagación de la peste, la joven Benedetta (Virginie Efira) llega como novicia al convento de Pescia. Su presencia y su capacidad para hacer milagros revolucionan la comunidad, levantando las sospechas de la Abadesa (Charlotte Rampling) y la admiración de todas las demás. La llegada al convento de Bartolomea (Daphne Patakia), una joven que llega al lugar huyendo de los abusos de su padre, cambiará para siempre la visión del mundo y de la fe para Benedetta.
Verhoeven utiliza una historia real (‘Inmodest Acts‘, de Judith C. Brown) para contarnos la historia de Benedetta, su vínculo con Dios y su vida en el convento, y como con el paso del tiempo hace cambiar su vida. La llegada de Bartolomea le hace descubrir un mundo del que siempre le habían mantenido alejada («tu peor enemigo es tu propio cuerpo» es una de las primeras frases que le dicen al llegar al convento»), y sus extrañas visiones con Jesús como protagonista van cambiando poco a poco su personalidad y su forma de entender la fe.
Tratándose de alguien como Paul Verhoeven, y contando con la premisa con la que cuenta, evidentemente en Benedetta no faltan las escenas de sexo y las provocaciones directas a la Iglesia Católica (presentes de forma especialmente bizarra en las visiones de la protagonista y en ciertas secuencias concretas de sus relaciones con Bartolomea, que sin duda son las que más ruido están haciendo), pero durante todo el metraje está presente la crítica a la hipocresía, el falso puritanismo y las contradicciones de la institución.
Sin embargo, y pese a contar la historia desde su perspectiva, Verhoeven nunca se posiciona del lado de Benedetta, y deja al espectador decidir la respuesta a las preguntas más importantes que plantea. Los milagros de Benedetta siempre dejan espacio para la duda, y su ambigüedad moral dificulta encasillarla como heroína o villana.
Con Benedetta, Verhoeven demuestra que a sus ochenta y dos años le queda cine para rato y que es capaz de hacer mucho más que levantar ampollas en los sectores más conservadores; la película mantiene un buen ritmo en sus más de dos horas de metraje, siendo irónica, cruel, ambigüa, erótica, divertidísima por momentos y siempre consciente de si misma: puro Verhoeven.
