Joaquín Mauad presenta «Años luz» en el Festival de Málaga. La película, una road movie sobre un conflicto familiar, no logra eclosionar.
Años luz, la quinta película uruguaya del Festival de Cine de Málaga, ha sabido a poco. Joaquín Mauad, su director, quiso hacer una road movie en la que los personajes se moviesen física y emocionalmente, pero se ha quedado a medias.
La trama comienza con tres hermanos (Mateo, Belén y María José) que han estado separados muchos años, y se ponen de acuerdo para vender la casa en la que vivieron su infancia y adolescencia. Emprenden un viaje a su pueblo natal para concretar la venta, pero en el camino encuentran obstáculos por los que deben resolver sus propios conflictos. En realidad nada de eso pasa del todo.
Ausencia de un conflicto claro
A pesar de que los personajes están muy bien definidos (un hombre bueno y soñador estancado en su pasado, una mujer práctica y controladora, y una joven que huye de sus raíces), no se entiende en ningún momento cuál es el conflicto exacto que hay detrás ni cómo se logra resolver. Hay algo latente, una historia no resuelta, que nunca llega a explotar ni nunca se llega a conocer del todo.
Las tiranteces entre los hermanos sí están claras, pero el motivo no tanto. Joaquín Mauad quiso hacer una “película personal que implicase desplazamiento”, y por eso eligió una road movie (aunque el tiempo que pasan dentro del coche es muy corto).

Sutilezas simbólicas
De alguna manera los personajes logran sanar: hay una sutileza, y es que una de las protagonistas al principio de la película se corta con un cuchillo y se pone una tirita. Al final se quita la tirita y la herida ha sanado, aunque queda una pequeña cicatriz. Este tipo de ideas es la que hacen que sea una historia tierna y entrañable, que falla en cómo se plantea el conflicto. Los hermanos son muy diferentes entre ellos aunque “parten de una raíz en común”, explican director y personajes en una rueda de prensa en el Teatro Cervantes.
El guion a veces puede parecer forzado, pero otras veces contiene pequeñas joyas simbólicas. En un momento dado el personaje de Mateo, interpretado por Federico Repetto, asegura que en el mundo de la cultura “hay que darle un espacio a quien tenga algo que decir”. Sufrió que lo expulsaran de un bar donde recitaba poesía porque el dueño no ganaba suficiente dinero con él. Joaquín cuenta que la película no tuvo el apoyo institucional que le habría gustado.
Las historias familiares que cualquiera conoce, marcadas por conflictos que se maceran durante años, suelen tener más fuerza que esta película. Si lo que esperas es una historia familiar desgarradora, esta obra no va a ser suficiente. En cambio, si buscas una película tranquila en la que no pase nada concreto y sea más un viaje feel good, será perfecta.
