Si hay una serie que rinda cuenta de ese espacio de conquista contemporáneo que son las nuevas tecnologías e Internet, ésa es sin duda Silicon Valley. La HBO ha conseguido con la cuarta temporada de esta original comedia mantener durante diez semanas, estratégicamente seleccionadas antes del arranque de Game of Thrones, a su sector de espectadores millennials, los cuales se decantan cada vez más por destinar parte de su tiempo y dinero al gigante del streaming, Netflix.
Silicon Valley es una maravilla a nivel narrativo. Su guión es lo mejor que se puede consumir a nivel de comedia actualmente, junto a Master of None y Love, y es un auténtico descanso a nivel de humor geek and freak para quien ya resultan demasiado pesadas las risas enlatadas tras los gags de The Big Bang Theory. Las desventuras de Richard Hendricks (Thomas Middleditch) a la hora de levantar su empresa de compresión de datos resultan de lo más atractivas tanto al público fanático de las nuevas tecnologías como al que no, gracias a una perfecta combinación entre la utilización de una jerga informática tratada sin miedo en el diálogo entre personajes, tal y como lo harían unos programadores en una conversación natural, y un argumento, bebedor de las mieles de los geniales Aaron Sorkin y David Fincher en La red social, que mezcla magistralmente humor con epicidad.
La audacia y el gran acierto de esta serie está en contar el nacimiento desde cero de una empresa innovadora en el competitivo mundo tecnológico como lo haría una película de aventuras, pero desde la óptica y con los registros de la comedia ácida e irreverente del mejor Judd Apatow. La fórmula temporal in crescendo resulta eficaz y adictiva, con esa acumulación de problemas que rebasan a los personajes y que se agolpan hasta estallar de pura tensión en el capítulo final de cada temporada, resuelto en dos giros finales de suerte opuesta y derivados linealmente de los episodios anteriores por escenas que el espectador a priori sólo considera simples chistes sin importancia. El buen ritmo de la serie, sin embargo, puede perder la atención del espectador medio si espera a la emisión semanal de cada episodio por parte de HBO y no ve cada temporada de un tirón, ya que el hilo argumental, propio de la narrativa de una película de 120 minutos, no termina de casar con la división y emisión tipo sitcom que hace la cadena, más propia de episodios autoconclusivos que correlativos.
En cualquier caso, las buenas actuaciones del reparto no hacen sino acrecentar los puntos positivos de la serie. Los tics y las explosiones de ira por parte de Middleditch cargan de verdad un personaje inseguro y brillante a partes iguales. El programador satánico Gilfoyle (Martin Starr) y el perpetuo perdedor Dinesh (Kumail Nanjiani) resulta una suerte de reinvención del arquetipo de los amigos antagónicos inaugurada por La extraña pareja. T. J. Miller nos brinda, al encarnar al ridículo y carismático embaucador Erlich Bachman, una parodia excepcional de los adoradores del mito de Steve Jobs, aunque lamentablemente no seguirá en la quinta temporada. El tierno Jared y su ética rígida hasta el absurdo, la vuelta de tuerca al Principio de la Pitufina por parte de la joven empresaria Mónica (Amanda Crew), el histriónico líder sin escrúpulos de Hooli que encarna Matt Ross… Todo este elenco contribuye al retrato irónico, interesante y ameno del universo geek y de la lucha actual de jóvenes innovadores por abrirse camino entre gigantes como Google, Facebook o Apple.