La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz del Grupo Popular en el Congreso ha abierto la puerta de la moderación en las filas de Casado… o tal vez solo una ventana al oportunismo.
Dejando a un lado -si se puede- el meollo epidemiológico que tiene en vilo al país, la noticia de la semana ha sido el adiós de Álvarez de Toledo como portavoz parlamentaria del Partido Popular. El líder de la formación, Pablo Casado, se reunió con su última víctima política en la sede de Génova para asestarle el golpe definitivo. Y ocurrió tras varios meses de polémica en el núcleo duro en torno a la figura más áspera del partido.
Cayetana ha sido de esas personas que no han dejado a nadie indiferente. Con una capacidad innata de generar controversia, aquello que llaman hacer subir el pan, su personaje ha sembrado la discordia en la cámara baja como Pandora en su máximo apogeo mitológico. Muchas han sido sus perlas, ya para el recuerdo; la última referirse a Pablo Iglesias como «hijo de terrorista».
Pero esa parte ya la conocen. El quid de la cuestión, ahora, se centra en resolver si la versión más canalla del Partido Popular ha sido un mal sueño en el centro-derecha o si, por el contrario, el movimiento es una capa de barniz para tapar carencias estructurales. Desplazar a Álvarez de Toledo del primer plano y otorgar responsabilidades a los Martínez-Almeida, Pastor o Gamarra es un llamamiento desesperado del PP a parte de su electorado más desencantado.
Y es que pocos votantes (y/o exvotantes) populares entienden cómo Feijóo encadena mayorías absolutas en Galicia, presumiendo de talante moderado, mientras en el Congreso se juega con Vox a ver quién monta la mayor bronca. Además, sus alianzas territoriales con la ultraderecha son un obstáculo para dar coherencia a un discurso más sosegado.
Apagar los fuegos
Las diversas incongruencias en la retórica del Partido Popular inducen a pensar que la «Operación Cayetana» no es más que ese barniz de marca blanca que, a la larga, no tiene sentido a menos que se emprendan cambios más profundos. Eso, y que apagar los fuegos de tu supuesto estilete contra el Gobierno acaba cansando. Sin embargo, en Génova siguen enconados en el no a Sánchez y han desistido de cualquier atisbo de utilidad para pasar a admitir, en plena pandemia, que ya están pensando en ser su relevo.
Aunque acostumbrado a la derrota electoral, Casado, como tantos de sus homólogos, no termina de digerir los resultados como le son adversos. Y eso es una mala noticia para el espectro liberal-conservador, en el que ya solo queda mirar a Ciudadanos para ver una oposición dialogante. La reconstrucción orgánica es perfectamente legítima, por mucho que sea con fines meramente ornamentales. Eso sí, la ciudadanía merece menos cosmética y más autenticidad.