Se acabó monopolizar el discurso sobre qué es España, señores de la derecha. Aitor Esteban, Pablo Iglesias o el propio Presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, reprocharon a los discursos de la bancada conservadora y ultraconservadora que España, el Rey y la Constitución Española del 78 pertenecen a todos los españoles.
La España plural y heterogénea entró en el gobierno de la mano de una mayoría simple y bajo el gobierno de 22 ministros y ministras. La coalición PSOE-UP se impuso democráticamente, para la desgracia de muchos, a la imposición de una España rancia y retrógrada. La derecha más extrema, capitaneada por Santiago Abascal; y la derecha “menos” extrema de un impotente Pablo Casado, se ven con la potestad de establecer qué es legítimo y qué no, quién sabe por qué. Cuando, precisamente esto, es lo más inconstitucional que hay, es decir, ir contra el propio sistema democrático. Entender este sistema es partir con una premisa espectaculármente básica sobre su representación democrática, que es representativa, y no impositiva como a 151 diputados les gustaría que fuese solo para ellos.
Ahora todo es anti-España y anticonstitucional, incluso la democracia de la que se apenan por haber perdido en cinco ocasiones por los votos de sus propios ciudadanos, que van más del sector de sus simpatizantes. La impotencia conservadora viene de la mano de una verborrea como el niño que nace con una barra de pan debajo del brazo. Una verborrea caduca que ya no convence más allá de “nostálgicos”. Personajes que abanderan la libertad, pero libertad de demagogia para prohibirla mientras dictan ejemplos de con quién se ha de hacer familia. Libertad para decir a viva voz «Viva el Rey‟, pero libertad para menoscabar la decisión del monarca cuando no les otorga responsabilidad gubernamental alguna. Porque parten de esta egolatría tan simple como nefasta: lo que no sea mi concepción de España, no es país para nadie.
En cambio, en sus discursos, incluso usaban como ejemplos a Manuel Azaña o Antonio Machado, usando la historia de España y el antagonismo político a conveniencia sabiendo perfectamente que los padres de sus partidos provocaron el exilio de ambos ilustres de la nación.
Que griten, que griten lo que quieran y alcen las banderas que quieran con todas sus fuerzas. Solo hay una cosa por encima de cualquier símbolo nacional: su gente, su libertad. Como decía don Miguel de Unamuno, en la película Mientras Dure la Guerra, de Alejandro Amenábar: “¿Viva España? Y se creerán que dicen algo».
“Hacen falta nuevas recetas, porque las que nos han traído hasta aquí no son válidas”. Estas palabras, provenientes del líder del PNV, Aitor Esteban, reflejan la actualidad política en el Congreso de los Diputados. Una actualidad política que se ve evocada al diálogo, a entender que hay más España que la que dictan los cánones extremistas de la derecha, evocada a la pluralidad de partidos más allá del bipartidismo clásico de la transición, evocada a lo más inevitable que hay en esta vida: evocada al paso del tiempo y, con él, evocada al progreso. Se acabó el status quo, se acabó el bloqueo, se acabó “vuestra” España presa en un discurso incapaz de ver la diversidad de 47 millones de ciudadanos, en los que vosotros estáis incluidos.
