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Juventud

Creo que muchos podrían llegar a compartir conmigo que las palabras, hoy en día, no son lo que eran. Éstas, al igual que los objetos, son tan especiales como nosotros creamos y, al igual que un objeto pierde poco a poco valor cuando no se le da el uso correcto, o cuando nos excedemos con el mismo, las palabras se ven afectadas de igual modo. Al insultar cuando no procede, cosa que últimamente muy a mi pesar está presente en el día a día de la agenda política, los insultos se banalizan, pierden peso. Se ha de recurrir por tanto a palabras más gruesas cada vez. Pero también, las palabras pierden valor, como los objetos, si nos excedemos con su uso. Palabras como amor, dolor o miedo no llegan ya a estremecernos, no nos hacen sentir de la forma que lo hacían a generaciones anteriores, han perdido entidad. La palabra juventud ha sufrido el mismo destino.

La juventud ha sido empleada por todos a conveniencia de todos. Hemos sido chivo expiatorio, arma electoral, excusa y justificación a conveniencia del que lo ha necesitado, y lo hemos aguantado todo. Se nos ha acusado de irresponsables, de vivir por encima de nuestras posibilidades, de ser pretenciosos e impacientes, y siempre hemos callado, pero el silencio tiene un precio. Si bien callamos, tampoco escuchamos, y poco a poco hemos ido desconectando de la sociedad, de la política, a la misma velocidad que ellas se alejaban de nosotros. Algo no va bien. La palabra juventud ya no representa a la juventud.

En unos tiempos en los que, por fortuna, diversos colectivos, algunos más numerosos que otros, comienzan a tener visibilidad, a la juventud se le ha tratado como un colectivo más, con sus particularidades, ni más ni menos. Ese, a mi juicio, es uno de los errores de base de nuestra sociedad. La juventud no es un colectivo más, es una sociedad. Existen jóvenes católicos, homosexuales, inmigrantes, emigrantes, feministas, trabajadores, funcionarios, sanitarios… pero todos ellos, jóvenes.

Por ello, cuando se ataca a la juventud, cuando se le deja de lado y ésta acaba por desconectar del sistema, el problema no es de los jóvenes únicamente, el problema es de la sociedad, pues sociedad también somos los jóvenes. Somos los médicos, policías, abogados, ingenieros, dependientes y políticos del futuro, pero no tenemos presente. Somos los jugadores que calentamos en la banda esperando nuestro turno para saltar al campo, pero ese turno nunca llega, y lo peor es que, cuando llegue, esperan que ganemos la liga.

Se nos acusa de ambiciosos por reclamar un salario digno, unas condiciones estables que nos permitan hacer lo mismo que nuestros padres hicieron con nuestra edad, ni más, ni menos. Somos la primera generación de españoles que vivirá peor que sus progenitores, estando, paradójicamente en la mayoría de los casos, más formados que ellos.

Tanto se nos ha olvidado, denigrado y restado importancia que, hoy por hoy, nosotros mismos comenzamos a creernos lo que se nos dice asumiendo nuestra situación, aceptando que, si eres médico interno residente en medio de una pandemia, tendrás que trabajar de voluntario o, en el mejor de los casos, cobrar novecientos euros concatenando contratos temporales.

Endiosamos al joven que llega a cobrar mil euros en un puesto indefinido cuando hace diez años, ser “mileurista” era motivo de mofa. Mis propios amigos me tachan de loco cuando les digo que merecemos más de lo que tenemos, cuando simplemente les recuerdo que deberíamos tener las mismas condiciones que nuestros padres disfrutaban a nuestra edad. Loco es ya quien reclama lo que le corresponde hoy en día.

No somos la generación perdida, somos la sociedad perdida. La juventud tendrá que tomar el relevo, con peores condiciones laborales, asfixiada por dos crisis económicas, y sin capacidad siquiera de poder ser independientes económicamente. ¿Cómo formaremos familias cuando no podemos mantenernos ni a nosotros mismos? ¿Cómo compraremos pisos cuando no podemos ni pagar el alquiler? ¿Cómo mantendremos la hucha de las pensiones cuando llegará un momento en el que cada trabajador deba mantener a más de un pensionista, si con el ritmo actual haría falta más de un trabajador para mantener a uno? ¿Cómo gobernaremos el país si estamos desconectados de la política? En definitiva, ¿Cómo seguirá España siendo España sin los futuros españoles?

Eugenio Fraguas Valero.

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