De la credibilidad y su entredicho

La credibilidad es algo muy importante para las personas. Dividimos las opiniones e informaciones que recibimos según pensemos que son más o menos creíbles, llegando a  incorporarlas a nuestro discurso particular.  

Esta credibilidad cobra mayor importancia en estos días raros que nos ha tocado vivir. Este tiempo en el que hay que pelear por cada ápice credibilidad que se pueda conseguir nos vemos bombardeados por una incesante batería de datos, opiniones, análisis y demás parafernalia mediática en la que todos afirman ser poseedores de la verdad y ser merecedores de mayor credibilidad que cualquier otro.

Si hay una profesión que necesita mayor credibilidad que ninguna otra es, sin duda, la de político. Podríamos pensar que los analistas la necesitan más, así como que los expertos que hoy en día vemos por televisión se basan en ella para que su voz sea escuchada pero no. No olvidemos que un analista se limita a interpretar datos y un experto tiene un cierto recorrido, así como unos conocimientos profesionales, en los que basar una opinión.

Un experto sin credibilidad sigue siendo un erudito en su campo y un analista sin credibilidad seguirá limitándose a interpretar unos determinados datos, pero un político sin credibilidad no vale, es como un juguete roto con el que nadie quiere jugar. El problema viene cuando nos vemos gobernados por una serie de juguetes con diferentes y diversos fallos que no parece que tengan intención de arreglar. Y es una pena.

Es una pena porque se les presenta una oportunidad de oro para repararse, una oportunidad inigualable para recuperar lo que llevan años perdiendo, para ganar aquello de lo que se alimenta su profesión: la credibilidad política. No me molestaré en traer los cientos de gráficas que muestran que nadie se cree ya a esta clase de políticos que encuentra divisiones dentro del propio Gobierno y de la misma oposición. Tampoco entraré en la gestión que ha hecho nuestro multiministerial gobierno de la crisis, pero sí hablaré de las acciones conjuntas de todos ellos, o de su ausencia.

Unidad. Esa palabra resume todo lo que escribiré a continuación. Pero no me refiero a la famosa unidad de España, aquella que enarbola la derecha como arma arrojadiza contra todo aquel que quiera establecer un diálogo con Cataluña. Tampoco hablo de la unidad social con la que se llena la boca Pablo Iglesias mientras ve triplicado el sueldo que prometió cobrar. Hablo de la unidad política, ese tipo de unión que parece olvidada desde aquellos tiempos en los que ETA aterrorizaba al país.

Esa misma unidad que España necesita en estos momentos ante la amenaza de un virus que no entiende de comunidades autónomas ni de riqueza individual, esa unidad que se presenta como una utopía en estos duros momentos. No creo que nadie piense que crear un frente común, dejando de lado colores e ideas políticas, fuera una mala idea, de hecho, pudiera pensarse que es hasta necesario para poder creer que los políticos piensan en alguien más que en sí mismos.

Miro con envidia nuestros vecinos portugueses, que cuentan con una oposición entregada mostrando su apoyo sin reservas a los gobernantes por tener que enfrentarse a una situación inédita hasta el momento. “Aquí tienen nuestro apoyo, ya vendrán tiempos de reproches.”

Después de ver este gesto, miré hacia sus homólogos españoles y lo que vi es, cuanto menos, decepcionante. Me encontré un Pablo Casado ofendido porque Pedro no le había llamado, al más puro estilo adolescente despechada esperando la llamada del chico que le gusta. También vi a Santiago Abascal y su séquito totalmente desbocados comparando la manifestación del día de la mujer con masacres de la talla de atentados como el 11M. Quim Torra andaba por ahí diciendo que el confinamiento era un atentado hacia su poder autonómico, porque claro, nos han confinado para detener el independentismo lo que pasa que se ha juntado con el virus. En fin, un despropósito.

De la última sesión de control deducimos que el presidente del Gobierno no habla con nadie más que cuando lo necesita y el pacto in extremis con Ciudadanos ilustra esta deficiencia comunicativa con el resto de grupos, creyendo poder disponer de sus escaños según los necesite para sacar adelante las ya famosas prórrogas.

Así está el país, con una cámara de diputados que, al tener menor aforo, parece la misma guardería de siempre sólo que algo despoblada y un Gobierno que recibe brutales ataques tras cada tambaleante e inseguro paso que da. Este frente de unión política debería ser obligatorio en tiempos excepcionales, pero ya no por su propia credibilidad si no por respeto a las más de 25.000 personas que engrosan la cifra de fallecidos por Covid-19 y que, por cierto, provienen de todos los partidos.

Pero esto es España y así respira nuestra clase gobernante. Aunque, sinceramente, todo esto me lleva a pensar que estos juguetes no quieren ser reparados, ¿Para qué? Si de todas maneras, van a seguir jugando con ellos.