El día que una final de la Copa Libertadores -con todo por decidir- pasó a segundo plano. El triste suceso que amargó la gran fiesta del fútbol argentino.
Los recientes sucesos ocurridos en la capital argentina han puesto el foco de todos los medios de comunicación en la misma. La expectación ya estaba asegurada una vez que ambos equipos –por primera vez en la historia- se enfrentarían en una final de la Copa Libertadores.
No está mal recordar la mítica rivalidad entre Boca Juniors y River Plate, dos equipos que protagonizan el conocido: Súper Clásico, en Argentina. Para hacernos una idea sería como un FC Barcelona contra el Real Madrid y para dar un paso más en la relevancia de estos duelos, se le suma el hecho de enfrentarse en la competición más importante del continente. Como si el equipo blaugrana se viera las caras frente a su eterno rival –el Real Madrid- en la final de la Champions League. Una comparación lejos de los niveles futbolísticos de los equipos, pero muy similar a rivalidad, incluso me atrevería a decir que duele más perder el Súper Clásico argentino que el español.
El nivel de nerviosismo se disparó en el momento que la utopía dio paso a la realidad. Ningún aficionado –de Boca o River- era consciente de aquello. Ni en el mejor de sus sueños se gestaba la opción de que este partido llegase a ser real. Pero, en ocasiones el fútbol te ofrece posibilidades que convierten a lo imposible en una simple palabra sin cabida en este deporte. Todo era alegría. Argentina estaba de fiesta.
Muchos ex futbolistas quisieran estar en la piel de esos muchachos que tendrían la oportunidad de convertirse en héroes o villanos. Hasta el mismísimo Juan Román Riquelme, una de las mayores leyendas del equipo xeneize, admitió, con el brillo en sus ojos, con la emoción que le da ser un hincha más de Boca, que le hubiese encantado jugar esa final. La final. El principio de la gloria eterna, o el inicio del mayor calvario posible. Así fue, ambos llegaron a la final, con polémica, sufrimiento y mucha ilusión.
Desde ese preciso instante, en el que se hizo realidad el sueño, el país -y sobre todo la capital- se paralizó. Pero, lo peor estaba por venir. La atmósfera creada en torno a ese partido acrecentó y alimentó al monstruo del fanatismo. La tensión aumentó a cada minuto que acercaba a la fecha inicial, la venda del extremismo cegó a una sociedad inmersa en un ambiente dónde solo había hueco para los ganadores. Solo importaba ganar. La posibilidad de perder supondría la mayor deshonra para cualquiera de los dos equipos. En ninguna de las cabezas de los aficionados, jugadores, directivos… se pasaba la opción de no levantar el trofeo. La Libertadores perdía por momentos la raíz de su palabra: libertad.
Los medios de comunicación de todos los rincones del mundo centraron las luces en el partido, catalogado como: el partido más importante de la historia de ambos conjuntos. Solo importa ganar, el hambre deja de ser un problema, el paro podía esperar, solo había espacio para pensar en ese partido.
El primer partido dio el primer susto, lejos de lo ocurrido en el encuentro de vuelta -aún sin disputar-. Las lluvias torrenciales que arremetían contra Argentina, dejaban al césped de la Bombonera en unas condiciones que impedían la primera parte de la gran fiesta. Se pospuso, dejando una hermosa imagen de los aficionados de Boca animando baja el aguacero. El partido se aplazó producto de las condiciones meteorológicas ya mencionadas. Al día siguiente se jugó. Un partido que acabó con empate. Ninguno tenía ventaja alguna para el partido decisivo en el Monumental.
El ambiente se turbó, todos sabíamos que algo iba a pasar. El viento cambió de dirección, el curso de los acontecimientos tornaría en favor de la tragedia. No podíamos hacer nada para detener a aquel gigantesco animal sediento de sangre, en esta ocasión tuvo lugar en la puerta del Monumental, al autobús de Boca Juniors, pero nadie duda de que podría haber pasado a la inversa. El domingo, 25 de noviembre, será recordado por la vergüenza en el fútbol -sobre todo el argentino-, el triunfo de la barbarie.
Lamentablemente, las calles se convirtieron en campos de batallas, donde los aficionados arrasaban con todo aquello que veía. Nada tenía que ver con el fútbol, me niego a aceptar que fueron aficionados. No. Los verdaderos aficionados estuvieron dentro del estadio animando durante una hora sin saber que ocurría. Son aquellos que sin entrada no optaron por la violencia. Pero, por desgracia, el deporte, que los ingleses inventaron, quedó en un segundo plano.
Algunos aprovecharon para realizar actos vandálicos con una camiseta de su equipo puesta, como si ellos representasen al club. No. Al club lo representa los jugadores y cuerpo técnico de River que se negaron a jugar el partido, conociendo el estado físico en el que se encontraban sus rivales. Porque no olvidemos, que el envite se quería disputar, únicamente retrasando la hora de su inicio. Se vivió una película de drama, e incluso podría decirse que de ciencia ficción por lo ocurrido. En este deporte, y en ningún ámbito de la vida, hay espacio para los bárbaros.
La resolución definitiva, para beneficio del verdadero amante al fútbol, River, Boca y la Libertadores, ha sido aplazar la fecha de la vuelta –que decidirá el ganador del torneo- y el lugar dónde se disputará el encuentro no será en Argentina. Aunque, que vamos a decir –nosotros- los europeos si ayer mismo, en la competición continental más importante, en la Champions League se produjo una guerra entre ‘ultras’ del AEK Atenas y el Ajax, una nueva mancha más en este noble deporte.