Varias semanas encerrado dan mucho tiempo para pensar y recordar. Miedos, dudas, planes y algún que otro sueño de la infancia han llenado mi cabeza estos días.
Desde que soy pequeño he leído y visto con resignación cómo en periódicos y telediarios informaban sobre la suspensión de las clases en Estados Unidos a causa de temporales de nieve, esperando con deseo a que las cancelasen también en España. Ahora que ha sucedido, viajaría al pasado para decirle a mí yo de 8 años que no es tan increíble como parece, y menos si estás recluido en casa sin poder salir a la calle.
He de reconocer que tengo suerte de tener un pequeño balcón, al que me asomo con asiduidad después de 2 horas seguidas jugando al Football Manager. Junto a la lectura, hacen mi día a día.
Una vez que ya no tengo fuerzas para seguir dando instrucciones a mis jugadores, cojo un libro y salgo al balcón, siempre con una manta, que el frío de Valladolid no perdona. Es ese pequeño espacio al aire libre, el que ahora me permite entrar en contacto con el mundo exterior, aunque las calles estén vacías y en silencio.
Esa sensación de soledad, de que no hay nadie más en el mundo estos días, desaparece cuando la manilla del reloj marca las 20:00. Todo el mundo aplaude desde sus casas la labor de los profesionales sanitarios, un sector que ha sido menospreciado y para el que ha hecho falta una epidemia mundial para tratarles con respeto.
Para alguien futbolero como yo, las nueve menos cuarto es una hora sagrada. En el telediario se intenta dar esperanza a la población y a la vez yo estoy disfrutando de un apasionante Rumanía-Argentina del Mundial 94’. Mientras en la televisión ponen imágenes de ambientes pirofóricos entre los que se saltan la norma de no salir y la policía, yo estoy celebrando un gol de Gheorghe Hagi. Rumanía pasa a Cuartos de Final.
No sé cuanto tiempo va a durar esto, solo sé que, a pesar de tener tiempo para hacer todo lo que me gusta, no es tan divertido como pensaba cuando era un niño.