Como suele suceder sobre estas fechas, nuestros gobernantes y la mayoría de nuestra ciudadanía celebra y disfruta la Semana Santa
Suele pasar que la política de este país no respete la Constitución, y no hablo de Catalunya, sino de nuestro Estado.
El artículo 16.3 de nuestro texto fundamental es claro: el estado es aconfesional, no existe religión oficial para el Estado.
Pero el constituyente de 1978 provenía de una sociología nacionalcatólica, la cual arrastramos aún, y decidieron añadir un inciso al precepto mencionado.
Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrá las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
Esta parte debe ser eliminada de inmediato, entre otras muchas razones, por la vulneración del ordenamiento jurídico.
El art. 9.2 de la Constitución obliga a los poderes públicos a realizar acciones positivas para hacer efectiva y real la igualdad, por ejemplo.
En este caso podemos observar cómo la Semana Santa es una fiesta nacional exclusiva para católicos, lo cual puede llegar a ser discriminatorio para personas de distinta religión y personas que no creen en Dios ni en la Biblia, lo cual está prohibido según el artículo 14 de la Constitución.
¿Dónde están las políticas de acción positiva para las religiones musulmanas o judías?
Un Estado laico, como se supone que es el nuestro, debe de abstenerse de favorecer a ninguna confesión religiosa, respetando así la ley.
Eso abarca que se eliminen los Acuerdos con la Iglesia y el Estado de 1979, los cuales favorecen económicamente a la Iglesia Católica.
Abarca también que el Gobierno se abstenga y se prohíba así mismo cualquier tipo de acto religioso, como bien ha señalado el Tribunal de Estrasburgo en reiteradas ocasiones.
Esto incluye la bajada de banderas por la muerte de Jesús en los cuarteles militares, la presencia de distintos ministros y ministras en las procesiones y, por supuesto, cantos medievales por parte de la Legión, siendo esta representación del Estado.
Considero ejemplar en muchos aspectos la regulación de la libertad religiosa y la laicidad del Estado de la Constitución de 1931, la cual debería de ser un referente si queremos un Estado laico.
A la pregunta de “¿pero a ti te molesta? o ¿te privan tu libertad?”: Por supuesto que me molesta, ya que vulnera la Constitución, la ley tan defendida por el patriotismo, la que se encarga de asegurarme que mi Estado no derroche el dinero que no tenemos en estatuas ni visitas al papa, y mucho menos, en rebajas fiscales a religiones que declaran enfermos a personas LGTB y criminaliza a mujeres empoderadas.
Me niego a formar parte de este nacionalcatolicismo de origen franquista.