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Opinión | La obra de mi vida

Foto del Teatro Circo de Murcia

El telón -aún- sin abrir, las luces se prenden, la expectación es máxima. Todos los espectadores ocupan sus butacas, con cierto nerviosismo. Mariposas en el estómago, el temblor en las piernas. Silencio, la obra está a punto de empezar.  

El escenario está vacío, los focos alumbran en la sombría noche de sábado. Un espacio dedicado al entretenimiento, el público intranquilo, algunos se pasan la tarde entera pensando en qué pasará. La temática siempre es la misma, los actores en su mayoría se repiten, pero el resultado varía según la función.

La tragicomedia más vista de la historia, la concentración de personas en foros reducidos, entradas que vuelan en segundos. Algunos no pierden la oportunidad de repetir cada dos fines de semana en ver a los mismos actores que en la obra anterior, con una trama –por lo general- diferente.  

La congregación de públicos de todos los rincones del mundo lo convierten en un espectáculo multirracial, multitudinario, familiar… La argumentación para acudir a cualquiera de estos teatros, de dimensiones estratosféricas o más humildes, contiene un componente sentimental, tradicional y de ocio que aumenta su ‘status’.

Hazañas épicas, luchas entre colosos, la representación del pasaje de la biblia de David contra Goliat. Una obra que tiene cabida a la participación directa del público, es más, su presencia es vital y en ocasiones su papel ha sido el factor desequilibrante en la resolución de la pieza. 

¿Por qué una tragicomedia? Sencillo, las características de este género teatral son las que más coinciden con el espectáculo en descripción, puesto que contiene elementos propios de la tragedia y de la comedia, como la presencia de personajes de diferentes estamentos sociales y de diversos registros de lenguaje. Una obra con más de cien años de historia, una afición implacable que ha forjado un sentimiento que roza la locura, conocida en todo el mundo, la razón por la que –a día de hoy- estoy escribiendo esto para ti. 

Cultura de todos controlado por unos pocos, es lo que tiene ser el espectáculo más visto del mundo que quienes han percibido rentabilidad en ello lo han convertido en negocio. Pero el sentimiento de los allí presentes no se compra, no tiene precio, el público acude de forma regular, feligreses peregrinando a tierra santa.

Ni la lluvia más torrencial les impide congregarse en aquel teatro, actores que trabajan por dinero, otros que aman lo que hacen. La lucha constante entre el dinero y el sentir, una obra, inventada por los ingleses, que permite una simbiosis entre el público y los protagonistas de la tragicomedia, la ruptura de la cuarta pared. 

Dramaturgos expertos atónitos, viendo como el guion prestablecido se convierte en una enorme bola de papel directa a la basura. La improvisación de los que actúan, una causa a tener en cuenta, los directores se ven obligados a reestructurar y encandilar la trama a medida que avanza. Al parecer, nada está escrito a pesar de los pronósticos y trabajos previos por encaminar la obra en su favor.

Los críticos y expertos más especializados en la materia han caído ante la sorpresa de ciertos imprevistos. Llantos, risas, alegrías, caras largas, a algunos se le va la vida en esto. La vuelta a casa puede ser un camino de rosas –para algunos- o un infierno –para otros-.  

Actores con una longeva y exitosa trayectoria, otros con un momento puntual de gloria, otros con un papel secundario, existen algunos a los que los focos no alumbran, pero con un papel de vital importancia en la obra. Un sinfín de tipos de personajes que componen cada fin de semana la trama. Sueños por cumplir, promesas y veteranos encima del mismo escenario, muchos que anhelan llegar al teatro más grande de Europa mientras se visten para actuar en su barrio.  

Una banda sonora sencilla, pegadiza para que todos puedan entonarla en el momento adecuado. Triste es el momento en el que los espectadores enmudecen y no pueden gritar, se les parte el alma, es el momento de mayor éxtasis, alcanza la gloria con sus propias manos y la emoción roza el romance. En ocasiones el amor se manifiesta entre quienes se concentran en aquel lugar, y no es de extrañar que algunos abrazan a quien se sienta a su lado, sin importar si es un desconocido. 

Saltan al escenario los veintidós protagonistas, tres jueces encargados de impartir justicia, tramoyistas, directores y muchos más actores secundarios que trabajan en la sombra para que este espectáculo siga vivo. Un silbato se hace eco en el estadio, el partido acaba de comenzar. 

 

 

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