Las condiciones no eran, ni por asomo, las mejores. España llegaba a este debut sumergida en un ambiente que, por momentos, llegó a rozar lo absurdo. Nadie creía cuando se viajó a Rusia que en los días previos al flamante estreno, la tormenta perfecta se iba a desatar para golpear duramente a un vestuario que había encandilado y convencido a un país entero. Tocaba remar contra una corriente más bien turbia y con pocos atisbos de luz.
Ahora, y tras haberse confirmado este empate en nuestro primer partido, puedo decir que a mí me han convencido. La selección española ha mostrado algo que quizás hace tiempo que echábamos de menos: capacidad de reacción y gol, sobre todo gol.
Cuando Cristiano perforaba la portería de De Gea desde los once metros, se hacía muy difícil mantener el optimismo. Sin embargo, Diego Costa nos iluminaba el camino y, por ende, demostraba que tiene capacidad más que de sobra para liderar el ataque de este equipo. Un equipo que en varias fases del encuentro ha noqueado a Portugal a base de juego y control. Lástima que los lusos hayan sabido aprovechar los momentos de desconcierto de los nuestros, que los ha habido, y que Ronaldo haya cuajado una actuación soberbia, algo que no acostumbra a hacer en los Mundiales. Quizás a partir de hoy, tal circunstancia cambie.
Para mi sorpresa, Nacho, que un principio se ha mostrado algo dubitativo (como todos), ha mostrado un nivel imperioso en el lateral derecho. Al igual que Isco, que ha cogido la batuta y ha manejado los tiempos a su antojo. O Thiago, que con esa chispa y electricidad aporta cosas diferentes en el centro del campo.
Si tuviera que poner algún pero, lo haría sobre la figura de David De Gea, aunque tampoco me parecería muy justo ya que un fallo lo tiene cualquiera.
En definitiva, España ha sabido reponerse a los problemas dentro y fuera del terreno de juego. Ha rescatado un punto que no deja mal sabor de boca, haciéndonos confiar y soñar con que la Segunda Estrella no es, ni mucho menos, imposible.