Ari Aster llenará de terror y oscuridad la gran pantalla con Midsommar, donde no es necesaria la noche para que la sangre cobre protagonismo.
Estreno: 26 de julio
El séptimo arte tiene entre sus infinitas premisas despertar sensaciones entre su público. No importa de qué tipo sean. El cine de diversas maneras juega con el espectador. La última película de Ari Aster cumple con ese objetivo. Midsommar sigue la estela de Hereditary, pero tiene pocos puntos de semejanza con la ópera prima de Aster.
Aster en Midsommar parte de la premisa de una joven llamada Dani que pierde a su hermana y a sus padres. Para sobreponerse del duro golpe personal, decide irse a un festival veraniego llamado Midsommar que se celebra en una aldea sueca. Parecía ser un bonito e idílico retiro veraniego, pero en medio de esa premisa nos encontramos con unos crímenes sádicos y sangrientos.
La evolución que ha mostrado Ari Aster entre ambas películas en menos de un año es muy elevada. En las dos horas y 20 minutos del largometraje ha logrado que el dolor y la ira lleguen a su máxima expresión, mezclado con escenas simbólicas y rituales. Entre todas esas escenas, entremezcla un peculiar sentido del humor negro.
La lujuria y el dolor de la protagonista llegan a su máximo esplendor en unas escenas psicóticas que llega a ser irónicas y humorísticas. No obstante, en ellas logran atrapar al espectador, llegando a sufrir, sentirse uno más de la película. Por ello, gracias a un guion cuidado y bien planteado permite que el recorrido emocional de Dani nos adentremos a un bonito e idílico retiro espiritual.
Midsommar es una película que no genera tensión, que tiene un ritmo irregular. Este aspecto no importa gracias a una fotografía y localización exquisita. En pocas películas de esta temática se constata que tengan una ambientación que sume y no reste a la trama. La naturaleza atrapa al espectador, junto a unas caracterizaciones propias, permite que estemos en el propio Midsommar.
Una película confusa
La realización ha estado medida en todo momento. La belleza formal de la imagen que se nos plantean subyace ante la temible, brutal, perturbadora y sangrienta realidad que nos plantea Aster. A todo ello, cabe destacar la peculiar grabación que ha tenido Midsommar. En un momento dado, el giro que realizan con la cámara en el trayecto desde el coche al festival, te adentra a una trama estrambótica.
Esta película transcurre durante un periodo de tiempo de una semana en la que todo sucede bajo la luz del sol. La oscuridad no tiene que ser formal, el crimen siempre tiene lugar. La sangre cobra protagonismo en unas escenas que no aterran pero sí asustan. De este modo, Aster logra mostrar el terror interno del ser humano.
Midsommar es una película de degustación lenta y propia para saborear en pequeñas dosis. Genera confusión y en muchos casos te llegas a cuestionar qué es lo que has visto realmente. Cuesta asimilar lo que se ha visto en esos 140 minutos de duración. El viaje que te plantea desde el inicio solo tiene sentido en la última imagen, en la que comprendes qué quería explicar Aster.
