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Cultura

F. Rubén Rosa: «Si abandonara la poesía me quedaría mudo»

Foto de Alicia García-Miguel

En la época más acelerada de la historia, Palabras me lleven (Ed. Amarante, 2018) es la ópera prima de un poeta paciente, interesado en la palabra justa. Su autor, Francisco Rubén Rosa, esperó al momento preciso, cuando realmente creyó que estaba lista, para publicarla.

Cuando conocí a Francisco Rubén Rosa (Zaragoza, 1984), me lo presentaron como Rubens. En aquella habitación del Campus de Unamuno en Salamanca, me enfrentaba a su rostro habitualmente sereno y a su ojo siempre escudriñador para intentar convencerle, con el segundo monólogo de Segismundo en La vida es sueño derramándose de mi boca, de que me diera un papel para su obra de teatro Como barro de alfareroConseguí el rol y también a un buen amigo. Hace un año y pico salió a la luz su primer libro de poemas, publicados por la editorial Amarante. Hablamos con él de poesía, inspiración y maestros.

P: La utilización del subjuntivo en el título de tu poemario, Palabras me lleven, deja a la intuición un eco de ojalá. ¿Hacia dónde deseas que te lleven las palabras?

R: Un título tiene siempre una doble función: presenta e inaugura. Presenta la intencionalidad del autor y al mismo tiempo rompe el hielo, descorre el velo e invita a entrar.  La utilización del subjuntivo, como bien dices, nos invita por tanto a ir a un más allá donde conviven súplica y deseo, posibilidad y arrebato; esperanza, en definitiva. El título también hace honor al cobro de una deuda que tengo con eso mismo, con la palabra.

P: Te hago ahora una pregunta que podemos leer en tu poemario. ¿Existe para ti algún material más valioso que el papel saetado con cicatrices de tinta? ¿Quizá el material del que está hecha tu pareja, Alicia, a la que confundes deliberada y continuadamente con la Poesía?

R: Estas confusiones se producen en las aristas de los versos, en sus márgenes. A veces, uno comienza con un poema creyendo que tiene fijado su destino o su destinatario pero, al final del mismo, en su precipicio, parece que apunta en otra dirección. Quizá lo importante es acabar dirigiéndose a esa multiplicidad de caminos dialogando con la materia con la que trabajo, que es la palabra poética, en su vertiente seminal y creadora, siempre asombrado y agradecido.

P: En tu poesía apuestas fuerte por lo divino y la felicidad, entendiendo esta última en un sentido horaciano, tal y como lo hace también otro poeta joven como Alejandro Simón Partal, influido como tú por Juan Antonio González Iglesias y su tradición clásica. ¿Es posible desvelar estos dos misterios por vía de la poesía?

R: No sé si es posible, pero tal vez baste con la búsqueda. No sé lo que es la felicidad exactamente, pero lo intuyo, siento su aroma, me siento atraído por ella. La felicidad es como la belleza: un fenómeno que aparece cuando quiere. En cuanto a lo divino, su conceptualización resulta cada vez más ambigua porque vivimos en esta época a la que se ha puesto de moda denominar “modernidad líquida”. Quizá ya no se trate de buscar lo divino en lo permanente o lo eterno, sino quizá a medio camino entre lo trascendente y lo inmanente, entre la presencia y la ausencia.

P: ¿Cómo puede sobrevivir la poesía a esa modernidad ya no sólo líquida sino a la ya casi gaseosa, imposible de atrapar, cada vez más acelerada y vaporosa a la que nos dirigimos?

R: Siendo ella misma, atendiendo a lo externo y poetizándolo. Todo es susceptible de ser poetizado. No tiene que caer en la afectación, tiene que dejar un poso un eco, traspasar la piel. Quizá sí que estemos viviendo en una época gaseosa, con todo lo que eso implica, también con connotaciones que tienen que ver con lo fétido. (risas) Pero esto no ha de afectar a la poesía, que casi siempre ha sido un arte de minorías. Es muy difícil que se abra a los excesos del mercado o del consumismo. Siguiendo la estela de González Iglesias, la poesía es la casa paterna, el lugar al que siempre se puede volver.

P: ¿Es por eso que te cobijas, como tu maestro, en los autores clásicos? ¿Son ellos un lugar de eterno retorno?

R: Son ruinas que, pese a toda inclemencia, permanecen. Lugares a los que puedes volver para escuchar el paso del tiempo. Sentir los capiteles, la fusta, las columnas sobre las que edificar la armonía. Esto es importante para mí o para Juan Antonio, ya que nos da contención al mismo tiempo que permite que el relieve fluya de manera natural.

P: Antes hablabas de que la poesía es una arte de minorías y, además, en tu caso, hay también en tu poesía un gusto por la palabra justa. Por ello, se torna necesario preguntarte por la influencia de un gigante como Juan Ramón Jiménez.

R: Quisiera matizar que no digo lo del arte de minorías en un sentido elitista, caduco y hortera, sino más bien de personas que encuentran el espacio oportuno, el témenos que necesitan para acompasar un poema a su ritmo cardíaco. Nunca ha sido una cuestión de cantidad, ni a la baja ni tampoco a la alza. Zorrilla no era un buen poeta porque todo el mundo en su época llevara en los labios sus versos, sino porque era, sencillamente, bueno. En cuanto a Juan Ramón, la cita que precede al poemario, “y en esa luz estás tú”, está sacada de una de sus Soledades y eso ya lo dice todo. Es infinito.

P: En Salamanca te formas como humanista y en Zaragoza, en Daroca, sellas la firma de tu primer libro. ¿En la primera te gestas y en la segunda te alumbras?

R: Sin duda, aunque tampoco quisiera renegar de las otras ciudades que he habitado. Por ejemplo, fue fundamental emigrar a Londres. Allí experimenté unas verdaderas prácticas de lo que había estudiado en la carrera. Salamanca es la ciudad de mis maestros, donde transité por ese pasadizo que me permitió dar orden y forma a muchas lecturas e intuiciones, a muchas quimeras que tenía y que empezaba a ver con más estructura y cierta disciplina. Supuso mi madurez intelectual y vivencial. Para un humanista, formarse significa aprender a vivir poniendo en perspectiva aquello que es importante, saber administrar su corazón de cara al futuro. Por otro lado, Daroca ha sido el lugar que, por sus condiciones topográficas, ha permitido que este libro salga a la luz. Me ha dado el silencio,  la luz, la calma de los días y el tiempo abierto.

P: ¿Podremos leer próximamente un nuevo poemario? ¿O abandonarás la poesía durante un tiempo para escribir teatro o prosa?

R: Nunca podría abandonar la poesía porque sería como quedarme mudo. Ya he hecho alguna incursión en el teatro, pero esa poesía hecha carne que diría Lorca es muy intensa. Me gusta ir al teatro pero no podría hacerlo todos los días porque la energía que desprende amenaza con agotarte. Escribir teatro es un horizonte siempre próximo y deseable, más que dirigir en estos momentos. En cuanto a la narrativa, es una cuenta pendiente que tengo y a la que he desatendido en detrimento de la poesía. Querría volver a ella con el ritmo y la disciplina que necesita.

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