La ola verde (Que sea ley) es un documental dirigido por Juan Solanas que narra la lucha por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo en Argentina, donde muere una mujer a la semana por la realización de abortos clandestinos.
En junio de 2018 Argentina daba un paso hacia delante con la aprobación en la Cámara de los Diputados de un proyecto de ley que despenalizaba el aborto bajo cualquier circunstancia. En La ola verde Solanas nos muestra la tensión y esperanza latentes en el transcurso de los días desde que el proyecto de ley fue aceptado hasta el día de la votación en el Senado. A la espera de esta resolución, viajamos por los rincones más escondidos y olvidados de Argentina conociendo testimonios de mujeres que sobrevivieron a abortos clandestinos, y otros casos en los que no tuvieron esa suerte y se quedaron por el camino.
A pesar de que el documental se posicione desde el primer momento a favor de la lucha feminista en este debate, no invisibiliza los argumentos de aquellos en contra de la legalización del aborto. Los autoproclamados “defensores del derecho a la vida”, que paradójicamente no defienden el derecho a la vida de la mujer ni el derecho de los niños a una vida digna, puesto que quieren que nazcan independientemente de las pésimas condiciones en las que lo harían en muchos de los casos. Para ellos es “las dos vidas o ninguna”.
La película plasma el enorme peso de la religión en la sociedad argentina, y cómo se interpone (y se impone) en la vida de sus ciudadanos. Numerosos testamentos hacen referencia a la necesidad de separar Iglesia y Estado, entre los que llaman la atención los de algunos católicos que defienden que Dios no estaría de acuerdo con dejar morir a las mujeres que quieran abortar.
El documental es un retrato de la crueldad a la que se ven sometidas las mujeres, que no solo tienen que lidiar con un embarazo no deseado, sino con el desprecio de la sociedad, de sus familiares, de los médicos y de un Estado que no las reconoce como sujetos con derecho a decidir sobre su vida y su propio cuerpo. La película humaniza el problema poniendo rostro a algunas de las muchas mujeres que arriesgaron su vida en abortos clandestinos, especialmente aquellas en situación de pobreza, que se ven obligadas a recurrir a métodos peligrosos como perchas, agujas de tejer o tallos de perejil. El mensaje está claro: los abortos se van a seguir realizando, la ley únicamente marcaría la diferencia en las condiciones en las que se realizarían. Es decir, la diferencia entre preocuparse por la vida de las mujeres estableciendo un aborto legal, seguro y gratuito o perpetuar sus muertes en clínicas clandestinas manteniendo una ley de 1921.
Algunas críticas afirman que esta obra cuadraría más como un documental televisivo que como pieza audiovisual dramática pensada para el cine. En mi opinión, si bien es cierto que la narrativa de un documental no puede compararse a la de una película de ficción por las evidentes diferencias entre ambos, esta es una obra que no necesita ser adornada con los recursos cinematográficos propios de la gran pantalla. Lo que importa es la historia que cuenta y la realidad que refleja, una realidad que supera la ficción.
El director toma la acertada decisión de no dramatizar en exceso el momento en el que la ley es denegada en el Senado, reflejando a golpe de batucada que las mujeres no se darán por vencidas a pesar de los impedimentos y manteniendo el mensaje esperanzador ante este drama social. Un drama que por desgracia continúa, pero con el que tarde o temprano se hará justicia, será ley.
