Crítica a un thriller que supone entrar en una dimensión sobre la concepción que tiene la humanidad hacia el terrorismo
El ser humano debe estar ciego para saber que estamos viviendo acontecimientos históricos que van a marcar un antes y un después en el tiempo. La pandemia y la inestabilidad política no son los únicos acontecimientos que aterran a la humanidad. El terrorismo es una de las asignaturas pendientes.
Los atentados sufridos en París, Bruselas, Barcelona, Niza, Londres o Manchester han dejado entrever la fragilidad del primer mundo. Al fin y al cabo, son una cuarta parte del terror que atesoran territorios situados en el punto de mira de las grandes potencias como Siria.
Es uno de los principales lugares en los que el yihadismo opera sin ningún pudor. Sin duda, nos encontramos ante un maquiavelismo que ha sido desarrollado con gran exactitud en la serie Kalifat. Ha sido el reflejo de la intrahistoria que atesora el terrorismo islamista. De este modo, Suecia ha demostrado como el Cine está comenzando a hacer marca en países nórdicos.
Además, ha permitido ver cómo el terrorista islámico no nace, si no se hace, demostrando que todo individuo es tentador de caer en el lado oscuro independientemente de su clase y condición. Eso sí, el factor común que marca esta caída es la incomprensión como base de la tolerancia. Al fin y al cabo, son dos formas diferentes con un trasfondo de origen único, circunstancia que acabó en amor entre dos gamas del círculo cromático opuestas.
Sin duda, es el reflejo de la ruptura de estereotipos que ha llevado a cabo semejante producción. Al fin y al cabo, los medios de comunicación tienden a mostrar un entorno con excesivas fuentes de prejuicios. Este ha sido el sino de una serie centrada con mayor ímpetu en escenificar la evolución de una persona hacia su afán terrorista que de la trama en sí, razón que permite ver ocho capítulos en la primera temporada.