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De Blancanieves a Vaiana: la evolución de las princesas Disney

Las princesas Disney junto a Vanellope von Schweets en "Ralph Rompe Internet" / Fuente: Twitter oficial de Disney España (@DisneySpain)

La franquicia de las Princesas Disney es una de las más criticadas y alabadas por sus mensajes relacionados con el género femenino. Unos la odian, otros la aman, y para algunos, depende de cada película.

La evolución que han sufrido los personajes femeninos en las películas animadas de Disney tiene sus partes positivas y sus partes negativas. La compañía no se caracteriza por ser feminista precisamente, pero sí que ha aprendido a lanzar mensajes adecuados y a crear personajes mucho más complejos que no cumplen totalmente el rol de «chica femenina».

A pesar de todo, muchas de estas princesas se han quedado anticuadas (recordemos que Blancanieves y los siete enanitos se estrenó en 1937) respecto al feminismo actual. Este factor provoca la mayor parte de las críticas negativas. Siendo realistas, ¿cuántas películas del siglo pasado son modelos para el feminismo hoy en día? El cine, al igual que el resto de sectores dentro del arte, se produce en un contexto histórico-social concreto, por lo que sigue un abanico de características concretas. Siguiendo esta premisa, podemos ver que cada princesa Disney tiene su toque revolucionario.

Princesas Disney originales: siglo XX

El primer largometraje de la compañía Disney fue Blancanieves y los siete enanitos (1937). Con Blancanieves nació el grupo de princesas que hoy día conocemos. Actualmente, es considerada la más machista de toda la franquicia. Una adolescente que limpia toda la casa (donde viven otros siete hombres) y es despertada por un «beso de amor verdadero» de un chico al que no conoce y del que no conocemos ni su voz.

Otra forma de ver esta historia, u otros detalles que suelen dejarse de lado, es que Blancanieves es un personaje femenino protagonista, una adolescente que huye por culpa de su madrastra (otro personaje femenino muy potente) y se busca la vida. Limpiando una casa, sí, pero lo hace como trabajo a cambio de comida y de un lugar donde dormir. Tampoco se podía pedir mucho más a este personaje cuando aún el sufragio femenino no era un derecho humano universal.

Una década después, llegó la segunda princesa: Cenicienta (La cenicienta, 1950). Seguimos sin tener mucha más información del príncipe encantador, aunque al menos sale más de una vez en pantalla. Cenicienta se rebela contra su madrastra, desobedece sus órdenes y acude al baile. Y para colmo, se queda con el príncipe.

La bella durmiente (1959) vuelve a caer en el tópico del «beso de amor verdadero». Nos adentramos algo más en la personalidad de Aurora que en las dos anteriores. Es curiosa, independiente, conocemos sus gustos. Pero la mayor evolución que muestra esta película es el personaje del príncipe: Felipe (al fin tiene nombre) es un personaje principal en la historia y debe luchar para llegar hasta Aurora. Que sí, que la princesa es rescatada por el príncipe, pero al menos no es un completo desconocido.

La sirenita (1989) es probablemente la película más ambigua en cuanto a feminismo. Por un lado, Ariel es una adolescente que desobedece a su padre, va sola hasta un lugar desconocido y se sacrifica por lo que desea. Pero eso no quita que renuncie a su voz por un hombre. Pero como punto positivo, tenemos a Úrsula, una villana plus-size que se adora a sí misma.

El síndrome de Estocolmo es otro de los temas más criticados entre las princesas Disney. La bella y la bestia (1991) no se salva por su eje principal, pero también tiene muy buenos detalles que podrían tomarse como feministas. Bella es una joven muy culta, le encanta leer; al contrario que su pretendiente, Gastón, el típico «machito hetero». Bella da la vida por su padre y ve más allá del físico de Bestia.

Yasmín (Aladdín, 1992) es una princesa que no se conforma con cualquier cosa. Se niega a casarse con el príncipe que más le convenga al reino, escapa de casa para ver la ciudad, ayuda a Aladdín a salvar el reino e, incluso, utiliza sus atributos femeninos para distraer a Yafar. Una chica rebelde en toda regla. Ah, y tiene un tigre por mascota. Después de que Yasmín abriese la veda del feminismo dentro de Disney, llegó Pocahontas (Pocahontas, 1995). La primera princesa ecologista que se sirve (todavía más) por sí sola.

Con el ejemplo de sus antecesoras, Mulan (Mulan, 1998) llegó para implantar el sentimiento de «guerrera» en todas las chicas que vimos su película. Se hace pasar por un hombre para que su anciano padre no vaya a la guerra y salva a toda China. Es decir, se salta la ley, crea una identidad falsa y todo habría acabado mal de no ser por ella. Gracias a Mulan, todas comprendimos que podemos llegar al nivel de los hombres y superarlos.

Princesas Disney modernas: siglo XXI

Tras la brecha temporal en la que no surgieron más princesas Disney, en 2009 apareció Tiana (Tiana y el sapo). Su película es la primera que nos lleva a una época más actual, la Francia de los años 20, donde ya se rige el capitalismo. ¿Y qué puede querer una joven en este contexto? Ganar dinero, preferiblemente haciendo lo que le gusta. Por ello, el deseo de Tiana es construir su propio restaurante. No busca el amor verdadero (aunque lo encuentre) ni ser feliz para siempre en un palacio (cosa que sí hace su amiga Charlotte), sino triunfar en la ciudad.

La nueva etapa nos está dando personajes como Rapunzel (Enredados, 2010), una joven curiosa y valiente que se enamora de un ladrón (dejamos a un lado el estereotipo de príncipe azul) y lucha cuanto puede para salvarlo, hasta el punto de perder su poder. Disney tomó el camino del feminismo y siguió con Mérida (Brave, 2012), una buena sucesora de Yasmín y Mulan. Cabe destacar que Brave olvida por completo la «necesidad» de emparejar a la princesa protagonista. Por supuesto, Frozen (2013) remarca este avance con Elsa, quien acaba la película sin un hombre a su lado y cuyo amor verdadero es su hermana Anna. Para finalizar, la última princesa es Vaiana (Vaiana, 2016), quien se aventura para salvar el océano y pone firme a un semidiós.

En conclusión, Disney avanza, poco a poco, dentro del feminismo, ya sea por ventas o porque realmente esté aprendiendo. La gran diferencia entre las primeras princesas y las actuales no es equiparable, pues las épocas no tienen nada que ver. Por tanto, solo hay que esperar a las siguientes entregas de Disney para continuar evaluando si sigue el camino adecuado.

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