Ayer en el Festival de Cannes hubo varias opciones para recuperar películas de la Sección Oficial, como es el caso de Il traditore de Marco Bellocchio, It must be heaven de Elia Suleiman y Sibyl de Justine Triet.
Il traditore es la última cinta de Marco Bellocchio que refleja el auge y caída de parte de la mafia siciliana de los años 80, liderada por el entonces jefe de la Cosa Nostra, Tommaso Buscetta. En ella, el director retrata una etapa convulsa de la historia italiana a través de un personaje, como si de un biopic se tratase.
Sin embargo, Bellocchio le pone músculo y con sus casi 80 años rueda con gran pulso una cinta que tiene algunos de los mejores planos del Festival de este año -como esa explosión en la carretera grabada desde dentro del coche-, y consigue elaborar un drama de personajes -quizás demasiados-, que finalmente acaba sacando el corazón gracias a su protagonista. Pierfrancesco Favino estará en la quiniela a mejor actor con razón, ya que no solo tiene presencia y carisma: la dualidad de su personaje desde el principio hasta el final consigue que la fuerza de su personaje no se diluya y sea el ancla emocional de la cinta. Pese a algunas escenas alargadas en exceso, Il traditore es una cinta de nivel alto que eleva la sección oficial de Cannes.
Más tarde llegó It must be heaven de Elia Suleiman, una comedia en la que el director viaja a diferentes ciudades en busca de algunas similitudes con Palestina. En esta cinta llena de crítica social disfrazada de comedia, Suleiman muestra una vez más su mano rodando y la fuerza de sus guiones; no necesita diálogos porque las situaciones se explican solas. Esta quizás sea una de las películas más disfrutables del festival y, aunque no se sabe lo que puede ocurrir con el palmarés, podría recibir algún premio menor.
Por último, el día ha acabado con Sibyl de Justine Triet, un drama barato con toques culebronescos que no solo es bastante indigno de estar en sección oficial, sino de estar en el Festival de Cannes en general. La cinta trata sobre una terapeuta que se obsesiona tratando a una paciente que es actriz. El guion de la cinta no es bueno y el montaje parece inacabado con saltos temporales adelante y atrás sin ningún orden y lógica, lo cual hace difícil empatizar con los personajes.
La protagonista lo intenta, y probablemente estará en la conversación a mejor actriz porque no ha habido tantos protagonistas femeninos de peso como ella, pero desde luego sería una indigna ganadora. Adèle Exarchopoulos como secundaria tampoco termina de funcionar; parece que no encuentra su lugar desde aquella genuina La vida de Adèle. En definitiva, Sibyl es una película floja pero bastante entretenida, ya que su parte telenovelesca ayuda a que el espectador no se aburra, pero sin ningún tipo de fondo.
