INVERFEST- Con una sonrisa tímida y pasos vacilantes, la poetisa Andrea Valbuena se desliza entre butacas y sillas altas trayendo un inusitado calor invernal a la reconvertida Sala Vesta.
Puede que, lector, todavía no hayas escuchado su nombre, o su historia. Pero Andrea Valbuena, poetisa de voz firme y sonrisa dulce, ha venido para quedarse.
Después de una semana entre bambalinas y versos, podemos afirmar alto y claro ¡La poesía está de regreso! ¡Y qué poesía! Medel, García Montero, Sastre, Alicia… configuran una generación XXI de poetas ávidos, curiosos y, sobre todo, conscientes.
Andrea Valbueno (Barcelona, 1992) forma parte de este colectivo de artistas que tienen como arma la palabra y construyen sentimientos a través de las pulgadas de un ordenador. Sin embargo, ella es diferente. Su voz no asedia, no rompe, sino que sana. Manifiesta una timidez propia de quien se esconde a plena luz. Abriéndose en canal frente a todo el que la escuche, semeja pedir perdón por estar, por ser, por contar. Poco sería afirmar que, pese a lo que pueda semejar tras un primer vistazo, sus palabras abren, cortan pero a la vez acarician y reconfortan.
Oxímoron poético, el pudor de una chica soldado que, verso tras versos es capaz de narrarnos batallas llenas de violencia, sufrimiento y dolor. La simpática contradicción reviste todo su discurso de un halo de familiaridad y de cercanía, que hace que sintamos que, entre melodías de la guitarra de Manuel, la barcelonesa con voz de pájaro relata la historia de nuestra vida.
«Creía que la conocía, que nos habíamos visto(…)Pero no era cierto» – Una pequeña muerte sirve de síntesis para comprender el grado de intromisión que Valbuena, sin pretenderlo puede ejercer en nuestra vida.
Familia, amigos, desamor, herida… en una hora hacemos un viaje entre recuerdos y poemas inéditos para terminar en la pequeña Sala Vesta del centro de Madrid atestada de personas de cuyo mirar parece no ser el mismo que al inicio del recital.
Con la ayuda de otros artistas y amigos de la talla de Elvira Sastre, Cris … se hace sitio a la congoja y al miedo, pero también a la fraternidad y al amor.
Solo se nos ocurre concluir con un agradecimiento por «lo mágica que se encontraba Madrid, cuando tu hablabas de su luz»
Gracias, Andrea, nos veremos en los libros.
Por: Gael Núñez Vázquez ( @gaelnunezvazquez)