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Opinión | La fiesta de la libertad

Una brisa inunda las calles, la llegada anticipada de la primavera, la razón para volver a sonreír. Una melodía que llega a lo más profundo de aquel que la escucha, hipnótica, narcotizante. Una musiquilla que reviste a la alegría con su traje más especial

Una vieja ciudad, amurallada, castigada por los años, arropada por el mar. Hogar de varias y muy diversas civilizaciones. Ciudad marinera, tranquila, con más de tres mil años de historia, la abuela de Europa. Posicionada en un lugar estratégico que siempre le ha dado un gran valor. El hogar de grandes poetas, con su particular manera de hacer poesía acompañada de su guitarra. La ciudad de la ‘Pepa’, el lugar donde Napoleón sucumbió en su conquista de España. La cuna de la libertad, la madre del carnaval, “Cádiz Tacita de Plata más de Plata que Tacita”.  

Una tierra aferrada a una tradición que ha acabado siendo una de sus señas de identidad, una música reconocida en toda la Península, una fiesta que –gracias a diversos factores- ha adquirido una dimensión nacional. Cada vez hay más afición por ella, desde todos los rincones de España, si incluso vinieron cántabros de Santoña a cantar a Cádiz, si el propio alcalde de la ciudad llegó a hacer carnaval. La radio, la televisión e Internet (en orden cronológico y de importancia) han facilitado una labor de difusión, permitiendo a muchas agrupaciones –y grupos reducidos de integrantes- cantar por toda la comunidad andaluza y cada vez más por toda España. 

Una serenata fácilmente reconocible, bien diferenciada, una vez se produce esa simbiosis entre guitarra, bombo, caja y voz se da una mística indescriptible que te agarra del corazón y provoca una explosión de sentimientos, un vendaval que arrasa el interior de una persona, “carnecita de gallina”. Y en la libertada solo hay una norma, una restricción, el respeto, a partir de él caminan a sus anchas, beben de la eterna fuente de la juventud, se sientan Dioses producto de su ego, pero cuanta humanidad hay entre ellos cuando se emocionan con la ovación del espectador, como se estremecen cantando a su tierra. 

Versos de una belleza magnificada con la dulzura de una rosa, “de mi jardín la más hermosa”, sin olvidarnos de sus afiladas espinas, puesto que el carnaval no es lanzar piropos y buenaventuras, es más crítico, directo, jamás deja conforme a todo el mundo. Letras forjadas a fuego lento en el imaginario de un ciudadano cualquiera, un humano que contempla el mundo para afilar su pluma y plasmar cómo ve los diferentes aconteceres del día a día. Actualizado, siempre al día, temas candentes que exponen a aquel que lo escribe, la reina de la controversia, de la lucha social, en esta fiesta nadie se muerde la lengua, pues si eso ocurriera morirían envenenados, “los únicos que cantan y enseñan los dientes en este país, somos los de Cádiz”. 

Letras que han pasado a ser himnos (La Familia Pepperoni), letras que han mantenido vivo el recuerdo de los que ya no están, “la biblia de los gaditanos”. Una fiesta llevada al día a día “como si la vida fuera un carnaval”, una fiesta convertida en culto sagrado, Cádiz es la Meca del carnaval, tierra santa, y como en el islam es de forzosa obligación acudir una vez al año, obviamente durante su fiesta grande. En Cádiz el orden de los factores, sí altera el producto, ya que su multiplicación por excelencia es el 3×4. No necesitan conocer el resultado de esa proliferación, disfrutan de ese golpe de nudillos. “Ay, vuelve el chintataratachin, ay, el chintataratachin con ritmo de 3×4 de chirigotas puras de Cai”.  

Nadie pudo arrebatar a la ‘Tacita de Plata’ el sonar de su música, ni el caudillo en 1937 cuando prohibió el carnaval evitó que los gaditanos alzaran su voz al ritmo del 3×4, “no paremos de cantar, nuestras coplas van por la libertad”. El ingenio siempre estuvo inherente en quienes escribieron, adaptándose a los tiempos evitando censuras y restricciones. La ironía es una vieja conocida en esta fiesta, el doble sentido siempre nos ha acompañado, la alegría y la risa dan forma a Don Carnal, siempre vestido con el sofisticado humor inteligente, o vulgar, que se hace en esta fiesta. 

Disfrazados, dificultando –casi- la identificación de cada uno de los integrantes de las diferentes agrupaciones, miméticos como camaleones, un año de una cosa y al siguiente de otra totalmente diferente, siempre al tipo. Cada autor tiene su propia personalidad en letra y música, con el primer contacto con la cuerda de la guitarra, en el golpe del mazo con el bombo, en el redoble de tambores, en el sonar del pito, en la entonación del grupo, no hay dos agrupaciones iguales. El corazón se sale por la garganta de quienes, tras seis meses de ensayo, cantan las coplas de todos. Hay algunos que gastan las horas en carretera, pierden su tiempo con la familia, una bendita enfermedad que engrandece -aún más si cabe- esta locura llamada carnaval.  

“La rosa, fresca del día, 
le irán llevando con mil amores, 
derecho por Compañía, 
ay que alegría Plaza las flores, 
los churros le irán guiando, 
calle abajito de la libertad, 
tuerza a la derecha buscando la plaza la cruz verde, 
donde el sentido se pierde, 
que ya huele a carnaval.” 

 

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